Spoiler alert: te vas a emocionar. Mejor dicho, vas a llorar a lágrima suelta. Al menos, si vivís en esa parte del mundo para la que la saga de Toy Story está a la altura de los grandes clásicos de la historia del cine. ¿Y se termina acá? Debería, porque es muy difícil dejar de ver a esta cuarta parte como un cierre, ahora sí definitivo. Que termina de dibujar el círculo iniciado con Toy Story (1995) pero, además, lo resignifica. Como la historia de Woody, el entrañable juguete cowboy, con la voz de Tom Hanks. El favorito de un niño llamado Andy.
El anuncio de esta cuarta parte se había recibido con razonable desconfianza, después de ese otro cierre, el de la extraordinaria tercera parte. Esa película que invitaba, melancólica y dulcemente, a despedirse de la infancia. Y de unos personajes que han acompañado ya a varias generaciones. Pero había algo más para contar.
Y la cuarta los retoma, ahí donde habían quedado: ahora como propiedad de la pequeña Bonnie, a la que Andy dona sus juguetes. El arranque es acción pura, porque Bonnie se enfrenta al primer día de jardín de infantes, y Woody hace todo lo posible por suavizar su angustia y su resistencia. En su primera jornada, la pequeña construye con un tenedor descartable un muñeco, Forky. Destartalado, precario y convencido de que pertenece a la basura. Poco después, la familia se va de vacaciones, en una casa rodante alquilada y con Woody haciendo todo lo posible para que Forky deje de extraviarse, lanzándose al primer tacho que encuentra.
Toy Story 4 tiene un ritmo de aventura vertiginosa, que pasará por un parque de atracciones y, allí, por un anticuario donde viejos juguetes esperan, entre estantes polvorientos, una familia que los quiera. El lugar donde también ha ido a parar la pastorcita Bo Beep, que debió despedirse de Bonnie en una caja de objetos para donar. Su reencuentro con Woody, además de afectivo, será revelador, y con el acento feminista de la época, aunque mejor no seguir contando.
Así de llena de metáforas sobre cuestiones profundas, adultas y serias, está la película. Que habla de ellas de esa manera sutil, inteligente, de la que la saga es capaz. Nacida de la observación fina (muchas veces de la propia relación de los realizadores con sus hijos, como suelen contar). Capaz de divertir, y en varios momentos mucho, sin dejar de emocionar, con picos hacia el final (el abrazo entre Woody y Buzz Lightyear queda ya como uno de los grandes momentos del cine). Con una animación de nivel extraordinario, virtuosa y detallista, para una película llena de sorpresa. Esta vez, con menos originalidad que en algunas de las anteriores. Pero ingeniosa, sensible y creativa.