Como sabrán todos aquellos que vieron “Toy Story”, cuya versión original fue estrenada en 1995, esta es una historia que trata acerca de la amistad y sus inclaudicables valores, inmersos en el universo frágil y cariñoso que ofrecen los juguetes, objeto preciado de todo niño. Lasseter, creador de la saga, fue un absoluto visionario, creando un microcosmos que nos recuerda a nuestra infancia, a la vez que provoca una reflexión sobre el heroísmo y el sentido de la vida, convirtiéndose así en una obra madura.
“Toy Story 2” fue estrenada en 1999 y se ubicó un escalón por debajo de su antecesora, reconociendo el encanto original a la vez que introducía a la historia nuevos personajes que se amoldaban a un singular banquete del color y las texturas. Estos elementos conforman la trama de esta antológica serie de animación, poseedora de un relato con vuelo épico, en donde sus seres transitan un imaginario visual onírico. A partir de allí, el descubrimiento de ellos mismos mediante un apreciado ejercicio de conciencia, otorgaba a la película una hondura emotiva inusual. El grado de perfeccionismo alcanzado no se quedaba en lo sorprendente que puede llegar a ser su aspecto visual, sino que profundiza y exterioriza sus inquietudes indagando a una mirada adulta sobre la condición humana.
Como indudable estrategia publicitaria previo al estreno de “Toy Story 3”, en 2010 se conoció una versión 3D del clásico infantil por excelencia de los años ’90. Esta incursión tecnológica prolongó la calidez que otorgaba unos de los films de animación más recordados de los últimos tiempos, reviviendo nostálgica ante espectadores de nuevas generaciones. La transición a la tercera dimensión despertó interés en los adultos que 15 años atrás eran niños y presenciaron una bisagra en el cine destinado a los más pequeños. “Toy Story” creó un auténtico universo de ficción con personajes reconocibles, palpables y profundos.
Dirigida por Ash Brannon y John Lasseter, esta aventura concebida en tiempos de CDs y VHS nos transportaba a los espectadores hacia las aventuras de Sheriff Woody (Tom Hanks) y Buzz Lightyear (Tim Allen). Dueña de un encanto y una fantasía superlativa, el atractivo provocado por este mundo mágico que habita “Toy Story”, nos permitía volver a fascinarnos como aquella primera vez, en cada visionado. La citada versión tridimensional, potenciaba el atractivo comercial que Hollywood suele aprovechar para prolongar sus éxitos, haciendo un justo homenaje a esta tierna historia. Mediante la creación de sus conocidas franquicias, la meca cinematográfica recurre a la criatura preferida de Lasseter que se demuestra imperecedera y rendidora.
Gracias a su poder de innovación, y apostando a un cine de animación digital que en los albores de una nueva era se acoplaba al boom generado por la tecnología, la oportunidad devino en excusa casi perfecta para lograr un éxito de recaudación sin tomar demasiados riesgos creativos. Poco parece haber cambiado una década después. Sin embargo, veamos que tiene de nuevo para ofrecernos la mentada franquicia. A sabiendas que la seminal “Toy Story” fuera una gloria del cine de animación de fin de siglo, Hollywood recurre -por enésima vez- al remanido recurso de las remakes, y lo hace colocando detrás de cámaras a Josh Cooley, un habitué colaborador de Pixar, versátil animador, director, artista de guion gráfico, guionista y doblador de voz de films infantiles.
Ingenio y genuina emotividad resultaron virtudes de las que “Toy Story” jamás escatimó su dosificación. Estos enredos animados queribles, que pasaron a formar parte del imaginario colectivo de generaciones enteras, ofrece dinamismo visual y genuino entretenimiento. Aún con la ligereza argumental que este tipo de productos suele filtrar la profundidad de su entramado narrativo (delicias recurrentes, ciertamente), resulta elogioso el matiz moral sobre el que estructura el accionar de sus protagonistas, acaso convirtiéndose en una digna deudora de la película estrenada hace un cuarto de siglo, nada menos.
Este aparente epílogo a la tetralogía conversa, con cierto tono existencialista, acerca de temáticas tan universales y humana. Enterneciendo la propuesta y sin temer a filosofar más de la cuenta diluyendo el conflicto argumental, convierte al artilugio visual en un instrumento y no en el centro gravitacional de la propuesta. Un mérito no menor, dado los superfluos tiempos del nuevo milenio, en donde el estímulo de los sentidos audiovisuales a menudo anula la invitación reflexiva. Empero, “Toy Story 4” se aggiorna, sin contaminarse.
¿Negocios industriales para cuya onerosa recaudación vale la pena el intento de prolongar el encanto de antaño? Puede que así sea, sin embargo, y homenajeando su propio canon de precursora en el rubro (la franquicia marcó un antes y un después en el cine de animación), “Toy Story” revive antiguos pergaminos en tiempos de pobreza creativa y clones genéricos creados por generación espontánea.