Uno de los males que suele aquejar a las secuelas de películas taquilleras producidas en Hollywood-aunque no solo allí- son los finales múltiples. Cuando la narración tiene dos, tres y a veces cuatro escenas que intentan concluir la historia, la satisfacción buscada por sus guionistas se diluye tan rápido como aumenta la duración, usualmente exagerada por esta misma causa, del film.
En el caso de la saga de Toy Story, después del perfecto cierre que aportó la tercera entrega del cuento que cambió la animación para siempre, una nueva película se parece bastante a esos films con demasiados finales. Tan brillante fue la película anterior que en comparación cualquier intento de continuación iba a ser inevitablemente decepcionante. Y lo es. Toy Story 4 está bastante lejos de la maestría y el ingenio desplegado en sus antecesoras, especialmente la tercera película, que culminaba con el fin de una era: Woody y el resto de los juguetes pasaban del cuarto de Andy, listo para irse a la universidad, al de la pequeña Bonnie, feliz con sus nuevos amigos de plástico y peluche.
Aquella lección sobre el paso del tiempo, la necesidad de aceptar los cambios y la melancólica alegría de empezar de nuevo vuelven a aparecer en esta nueva película, como si alguien hubiese pensado que el final de la anterior necesitaba más espacio y tiempo de desarrollo. El resultado de esa decisión es un film entretenido, repleto de impresionantes logros visuales que no dejan de sorprender -a pesar de la calidad a la que Pixar tiene acostumbrados a los espectadores hace más de dos décadas-, pero que al mismo tiempo no aporta nada demasiado novedoso a lo que ya se había contado antes y mejor.
Claro que aun sin ser una de las películas más inspiradas del estudio de animación que creó maravillas como Wall-E y Ratatouille, Toy Story 4 tiene pequeñas burbujas de alegría sin diluir. Que en gran medida derivan de la aparición de los nuevos personajes que se suman a la banda del cowboy Woody, relegado a quedarse en el placard cuando llega la hora de jugar. El nuevo favorito de Bonnie es Forky, un juguete que la nena confecciona con sus propias manos a partir de un tenedor de plástico y algunos materiales de descarte. Así, la trama le da espacio a esa proclividad de algunos chicos de entusiasmarse más con el envoltorio del regalo que con el regalo mismo.
El delicado balance entre las expectativas y la realidad se repite en toda historia. Le sucede a Woody, que creyó que su vida con Bonnie sería igual a la que tenía con Andy, y a Duke Caboom (Keanu Reeves le presta su voz en la versión subtitulada), el muñeco articulado que no logra hacer las piruetas que su publicidad prometía. Y tal vez le ocurra también al espectador, que esperaba algo más de los viejos juguetes.