Un digno producto Pixar que entretiene y conmueve.
Al concluir Toy Story 3, la primera reacción de quien escribe esta crítica fue “Por favor que no hagan una 4°”. Había cerrado todo perfecto. No era necesario seguir. Pero estamos hablando de Disney, y las ganas de hacer secuelas o spin-offs son tan inevitables como la gravedad.
Por otro lado, estamos hablando de Pixar, un estudio que se ha distinguido no solamente por ser pionero de la animación por computadora, sino por invertir el mismo tiempo en el desarrollo de sus historias que en el desarrollo de su tecnología. Una virtud que la Academia de Hollywood no pocas veces ha reconocido con nominaciones al Mejor Guion, junto a las esperables candidaturas (a menudo resultando en victorias) a Mejor Película Animada.
Esta virtud era la única que le daba algo de esperanza a quien escribe estas palabras. No expectativa, sino menos temor. El que hayan tardado nueve años garantizaba moderadamente que Pixar por lo menos iba a hacer de esta ¿necesaria? 4ta parte una película decente: aunque no llega a la excelencia de la trilogía que la precede, tampoco se puede decir, en el más honesto de los absolutos, que Toy Story 4 sea algo fallido.
Toy Story 4: más allá del arco de Andy
Llamo así a la trilogía pasada porque ese es el ingrediente en común: Andy. Ese es el factor común, el resumen que sirve como marco de referencia a los viejos espectadores, y el punto de partida para los nuevos.
Sin embargo, en esta cuarta película un tema permanece respecto de la trilogía anterior, el que podemos decir aúna a todas las Toy Story: el desapego.
En la primera película era el desapego a manos de otro juguete. En la segunda se plantea el prospecto del desapego a los juguetes como un todo. En la tercera película, dicho desapego se plantea como una contundente realidad. En las dos secuelas, curiosamente, sus respectivos antagonistas plantean la que parece ser una solución a ese problema: el ser adorado no solo por un niño, sino por cientos. Una ideología que el protagonista recién ahora, con esta cuarta entrega, parece asumir como propia, pero sin llegar a la villanía o el resentimiento de dichos antagonistas pasados.
La primera reacción de muchos es que con el pase de antorcha a Bonnie, ahora empezaría un arco en el que predomina ella. Pero no pasa mucho tiempo antes de que caigamos en la cuenta de que no son así las cosas, de que todo este tiempo hemos estado operando bajo la presunción de que todos los dueños son como Andy.
La realidad es que no todos los dueños son benevolentes e imaginativos como Andy, y no todos los dueños son tan destructivos como Sid. Algunos dueños simplemente queman etapas más rápido que otros, y el papel de un juguete en la vida de un niño dura más que en otros. Lo de Bonnie abandonando a Woody no debería sorprender, ya que el abandono de años por parte de Andy fue como se estableció el universo narrativo de la tercera parte. Un establecimiento que el espectador aceptó con facilidad porque Andy era un chico grande.
La etapa con Bonnie podrá ser comparativamente más corta, cierto, pero era el tiempo que debía durar y no más.
La tesis general de la película se sostiene: Un juguete debe estar ahí para hacer feliz la vida de un niño. Solo que en este caso, el mensaje final trata de exponer que lo hemos entendido a medias: el Arco de Andy, si bien sostenía esta tesis, en realidad se trataba de apenas una versión de la misma; un juguete debe estar ahí para hacer feliz la vida de SU DUEÑO. La tesis, en su completa definición, se aplica recién en Toy Story 4.
Dicha tesis, completa y absoluta, resulta no ser tanto que un juguete debe estar ahí para hacer feliz la vida de UN niño, sino que un juguete debe hacer feliz la vida de CUALQUIER niño. Con mucha suerte dura décadas, o a veces unos pocos meses. Luego se produce el desapego, el estar perdido hasta que otro niño lo adopta, cumple su propósito de dar felicidad y, una vez cumplido, vuelve a empezar el ciclo. En algunos casos tienen la suerte de terminar ese ciclo formalmente, casi como una ceremonia, mientras que en la gran mayoría de los casos queda atrás hasta que alguien lo encuentra.
La película afortunadamente no se limita solo a exponer sus temas con inteligencia, sino que su estructura narrativa no decae en ningún momento. Cada intento por solucionar el conflicto crea dos o tres conflictos nuevos, lo que provoca que el espectador en todo momento se pregunte cómo van a salir los protagonistas del embrollo, sin poder anticipar cuál va a ser el final.
La época de las franquicias y las secuelitis agudas parecen estar lejos de terminar, y el pedir que llegue dicho final es a estas alturas utópico. Lo que sí podemos exigir es que sigan este ejemplo de Pixar: que se tomen los años que hagan falta, pero que tengan una historia lo más solida posible, antes que emperrarse por cumplir un deadline a corto plazo respondiendo más a una necesidad de mercado que a la evolución narrativa.
Pero incluso así uno no puedo evitar preguntar ¿cuántas emociones les pueden quedar por explorar a estos juguetes antes de que su abandono y su superación empiecen a volverse predecibles?