Se develó el misterio en torno a Toy Story 4 y el resultado es sumamente satisfactorio.
Bonnie, la nueva dueña de los juguetes de Andy, empieza el jardín de infantes. En el primer día de adaptación, crea su propio juguete, Forky, hecho de materiales primitivos y descartables. Woody, que se ha colado en su mochila, es testigo del amor de la niña por su creación. Cuando la familia emprende un viaje en casa rodante y Forky se pierde, comenzarán las aventuras de la pandilla de juguetes liderada por el vaquero. Fundamentalmente en dos escenarios: un parque de diversiones y un negocio de antigüedades.
Hay un innecesario debate alrededor de cual debería haber sido el final de la saga, cuando los resultados a la vista demuestran que la historia no está agotada, mientras guionistas y realizadores siguen exprimiendo su creatividad para dar un producto que se supera en cada entrega. No sólo la factura está varios escalones más arriba que las anteriores (para muestra, basta ver la perfección de la lluvia en la primera escena), sino que se sigue dotando de varias capas de espesor a la historia. A los tradicionales Juguetes-personajes, creados especialmente para ella, Woody y Buzz, más los secundarios: Jesse, Rex, al Señor y Señora cara de papa, Slinky y Hamm y algunos ya existentes y de fama mundial como Barbie, que han forjado un universo que atraviesa varias generaciones, se le añaden algunos otros.
Los nuevos personajes tienen mucho que ofrecer: se les suman Duke Caboom, el motociclista canadiense con la voz de Keanu Reeves, un hallazgo que compite con Buzz Lightyear, en esta entrega un poco relegado. Jordan Peele y Keegan-Michael Key prestan la voz a dos peluches de kermese, Bunny y Ducky, una suerte de cómicos televisivos con eficaces remates y la oficial Giggle McDimples, una muñeca inspirada en las figuras de Polly-Pocket. Y por el lado de los villanos están Gabby Gabby, una muñeca antigua con defectos de fabricación que nunca tuvo dueño, y sus secuaces, unos temibles muñecos de ventrílocuo.
En Toy Story 4, algunos personajes dudan de que su destino sea solamente tener un dueño, para sumarle ideales como independencia, libertad y libre albedrío. En ese sentido, Bo Peep, la pastorcita que había desaparecido en la tercera parte de la saga, reaparece, encarnando a un tipo de mujer acorde con los tiempos que corren. Una heroína fuerte, que hace frente a las adversidades -incluido un accidente en un brazo- y elige su propio destino. Lo que quizás haga pensar que Woody, aún con sus valores de amistad y protección hacia los demás juguetes, ha cortado un poco las alas de libertad de sus congéneres.
En la lógica de pensamiento de estos seres que sólo cobran vida cuando los humanos no los ven, el motivo de su existencia es que jueguen con ellos, no el ser reemplazados (como en Toy Story 1), ni ser objeto de colección (tal el caso de Toy Story 2) y el drama llega cuando su dueño alcance una edad adulta (en Toy Story 3). En esta entrega bambolean las certezas, como una suerte de duda existencial, que exige una fuerte toma de decisiones, tanto de los personajes, como de los estudios que las realizan, como han hecho otras franquicias, tal el caso de Avengers y Star Wars. Es tiempo de pasar a una fase más adulta.
Bonnie crea a Forky, una mezcla de cuchara y tenedor, con ojos irregulares, brazos de alambre con lana y patas de palito de helado, e instantáneamente pasa a ser su juguete preferido. El problema es que el nuevo personaje sólo tiene conciencia de ser basura y su tendencia, casi suicida, le provoca querer estar siempre en un tacho, lo que provoca uno de los más graciosos pasajes de la película. Pero, además, Forky es el equivalente a la caja con la que finalmente termina jugando el bebé en el corto Tin Toy, del año 1988, que fue la fuente de inspiración de Toy Story. Esa idea de que los niños, por más parafernalia de merchandising que tengan, acaban divirtiéndose felices con cualquier cosa.
Hay un contraste entre toda la complejidad psicológica de los personajes de la saga, que va desde la autoconciencia y el ego de algunos juguetes estrellas hasta el ignorar el motivo de su vida del “nuevo juguete” hecho de desechos. Es por todo ese arco que Toy Story 4 no tiene que ser necesariamente un final, porque lo lúdico no va a dejar de existir, se trate de juguetes inventados por corporaciones o por la creación de cada niño (como en el caso de Forky) en un mundo cada vez más invadido por las consolas de juegos. Y en ese sentido, Pixar, tiene siempre material para alimentar su inventiva.