¡Me casé con una computadora!
Si la idea de la ciencia ficción es explorar ideas más allá de los confines de lo científicamente posible, Trascendence: Identidad virtual (Transcendence, 2014) hace un pésimo trabajo al respecto. La premisa de un ser humano sintetizando su conciencia en impulsos eléctricos y subiéndola al internet es atractiva y eleva cuestiones filosóficas valiosísimas, pero la película tiene un interés meramente superficial por las mismas.
El hombre de la conciencia digital es el doctor Will Caster (Johnny Depp), quien ha dedicado su vida a desarrollar una inteligencia artificial autónoma e indistinguible de la humana. Luego de un atentado contra su vida le informan que morirá en cuestión de semanas, y decide seguir el camino de todo buen científico loco y convertirse en su propio experimento, “subiendo” su mente a una computadora y de ahí a internet.
Los aliados de Will son su esposa Evelyn (Rebecca Hall) y su amigo Max (Paul Bettany), que ni bien descargan al moribundo a una computadora se enfrentan irreconciliablemente entre ellos: la voz electrónica que les devuelve el habla, ¿es o no es Will? ¿Cómo comprobar si una máquina tiene conciencia o no? “¿Cómo saber si un humano la tiene?” responde la aburrida voz de Johnny Depp.
Desgraciadamente ni la película ni los personajes están demasiado interesados en responder esa pregunta. La humanidad o artificialidad de Will es un tema que apenas se toca. ¿Qué siente el personaje al experimentar la vida como inteligencia artificial? ¿Qué siente su esposa al estar casada con una pantalla, un holograma, un micrófono? Pasan los años y apenas se nos permiten unas miradas esquivas a su vida íntima. Nunca sabemos qué piensan o sienten. A decir verdad tratan la situación con una sorprendente ecuanimidad.
Will y Evelyn vendrían a representar el afán del conocimiento, ya que dedican su tiempo a investigar nanotecnología de punta capaz de otorgar la inmortalidad celular al ser humano… a cambio de una mente colectiva administrada por el todopoderoso Will. El bando opositor, la fuerza motivada por el miedo a lo desconocido, es integrada por una extraña alianza entre Max, un grupo terrorista “anti-enchufe”, el ex mentor de Will (Morgan Freeman) y un agente del FBI (Cillian Murphy) que podría estar pintado y no quitaría nada a la trama.
El enfrentamiento entre estas dos fuerzas opositoras es lúgubre, romo y oblicuo. No hay ni tensión ni suspenso. Recorren dos caminos paralelos sin jamás tocarse hasta la conclusión de la película, que es reglamentariamente trágica pero entonces ya es demasiado tarde para que nos interesen los personajes. El mayor problema es el personaje de Will Caster, quien debería ser el más interesante de toda la película y termina siendo el más aburrido. No sólo está escrito de manera que aparta a la audiencia y nos priva de una mirada interna – Johnny Depp no fragua un atisbo de personalidad ni como ser humano ni como inteligencia artificial. Parecería que lo contrataron por su inexpresivo monótono, porque como ser humano no deja una gran impresión.
Hay algunas buenas ideas atrapadas en la premisa de la película, y un nivel de competencia general en lo que consta la dirección (es la primera película de Wally Pfister, el director de fotografía de Christopher Nolan). Al menos el final termina de redondear aunque sea una idea clara acerca del tema titular de la película. Pero qué frustrante que es la opacidad del protagonista y la ausencia de un conflicto fuerte. Vean en cambio la infinitamente más humana y ambiciosa Ella (Her, 2013), en la que Scarlett Johansson da vida a una inteligencia artificial con solo poner su voz, y junto a Joaquin Phoenix problematizan cómo se desarrollaría tal relación. Trascendence: Identidad virtual podría haber hecho uso de un foco más concentrado y profundo.