Considerado como uno de los directores de fotografía más talentosos de Hollywood a partir de sus trabajos para Christopher Nolan, Wally Pfister debuta en la realización con una película que comparte ambiciones con, por ejemplo, El origen, pero cuyo resultado final queda a años luz de la maestría del cine de su mentor.
No es que este guión escrito por el debutante Jack Paglen carezca de ideas provocadoras. El problema es que, a nivel narrativo, Pfister se queda muchas veces en la superficie a la hora de exponer cuestiones económicas, políticas y, sobre todo, éticas ligadas al irrefrenable avance de la ciencia y los riesgos de su aprovechamiento en términos personales y no en beneficio de las mayorías.
El tema de las computadoras y robots inteligentes, que sienten, que tienen conciencia e interactúan con los humanos no es nuevo: desde 2001, odisea del espacio hasta la reciente Ella, pasando por Star Trek, hay decenas de ejemplos. Pfister y Paglen parecen haber visto esos y otros films y haber leído a Isaac Asimov, Philip K. Dick y William Gibson (también hay algo de la figura de Frankenstein) a la hora de elaborar Transcendence.
¿Puede un científico lograr a una suerte de inmortalidad por vía de la tecnología? ¿Puede un genio de la tecnología reencarnarse y convertirse en una suerte de dios todopoderoso y manipulador? Esos son algunos de los interrogantes que plantea -entre elementos de inteligencia artificial, juegos de realidad virtual con hologramas y una apuesta demasiado solemne y pretenciosa- esta película apocalíptica y paranoica de Pfister.
El film arranca con la presentación de los tres protagonistas: Will Caster (Johnny Depp) y su esposa y colaboradora Evelyn (Rebecca Hall) son los máximos referentes de la comunidad científica más experimental. El mejor amigo que tienen es Max Waters (Paul Bettany), un experto en neurobiología que funciona además como narrador de la historia.
No contento con la veta tecnológica, Pfister le agrega una subtrama romántica y aspectos propios del thriller, que incluyen a unos extremistas neoluditas (liderados por el personaje de Kate Mara) que se oponen con métodos violentos a los científicos, a un veterano experto interpretado por Morgan Freeman y a un agente del FBI (Cillian Murphy) que investiga tanto al grupo terrorista como a las actividades de Will.
Son demasiadas aristas para una película que regala un virtuoso despliegue de efectos visuales, pero que se torna demasiado grave, ampulosa y derivativa. Tras una primera mitad que prometía varias cuestiones inquietantes sobre el fanatismo y la omnipotencia, termina apelando casi siempre al trazo grueso y al diálogo didáctico. Promesas incumplidas y, por lo tanto, un resultado frustrante.