Fuga de cerebros
El Dr. Will Caster (Johnny Depp), es un experto en Inteligencia Artificial, casi una celebridad en lo suyo. Está trabajando en la creación de una máquina que tenga su propia conciencia cuando un atentado de terroristas anti-tecnológicos lo deja al borde la muerte. Su compañera en la vida y en la ciencia (Rebeca Hall) decide, forzada por tan extremas circunstancias, transferir toda la información del cerebro del pobre Will al procesador que estaban desarrollando. El experimento, como era de esperar, tiene éxito (en el último momento, justo cuando ella creía que había fracasado, en un cliché más de una lista interminable). Pero claro, el resultado no será el esperado. Se puede pero quizás no se deba, aunque ya sea tarde para volver atrás. El mito prometeico se hace presente, como en Frankenstein y sus innumerables refritos.
En una reseña anterior sobre Her en este mismo blog se resaltaba lo fácil que era caer en el ridículo con el tema de las computadoras que se comportan como humanos. El mérito de la película de Spike Jonze pasaba por no fascinarse con la realidad de lo virtual y poner el foco en la virtualidad de lo real. Y hacerlo con el tono exacto de liviandad. Wally Pfister, habitual director de fotografía de las películas de Christopher Nolan, opta por seguir el camino de su principal referente, que se toma todo demasiado en serio. Su debut en la dirección muestra pericia técnica, y nada más, al servicio de un mensaje anti tecnológico. Difuso oscurantismo en el marco de una historia que ya se ha contado demasiadas veces. No la necesitamos. Sus personajes son seres confundidos, no tanto por la ambigüedad de sus actos sino por los vaivenes de una trama intrascendente.