Para ser sintéticos, se podría simultáneamente darle una definición al filme y establecer el punto de análisis al presuntuoso discurso que intenta instalar alcanzaría con invocar a la poesía del cubano Israel Rojas
”Podrán sembrarnos la vida con tecnología,
pero seguiremos llorando como un Neandertal”…
El problema es que por no querer encasillarse en ningún género queda fuera de todos y termina en la intrascendencia absoluta, pero por sobre todas las cosas es una producción que intenta sostenerse desde la solemnidad de un discurso moralizante, no solo sobre el abuso en el uso de la tecnología sino sobre el mal uso de los recursos naturales, todo junto, pero mal realizado.
“Transcendence: Identidad virtual” es la primer película dirigida por Wally Pfister, director de fotografía de casi todas las producciones de Christopher Nolan.
Esta realización venia precedida con una muy buena expectativa, sea por los actores, sea por la idea, y tal esperanza se ve cumplimentada y satisfactoria durante la primera media hora. Luego de la presentación del relato, ubicado en un futuro posible, apocalíptico por cierto, nuestro narrador Max Waters (Paul Bettany), un científico sobreviviente, nos enumera (tal cual) el estado de las cosas, o sea no se vislumbra sentimiento alguno, para luego contarnos cómo se llego mediante la implosión de Internet a este apocalipsis.
Will Caster (Johnny Deep) es el investigador científico más importante en el campo de la inteligencia artificial, durante una clase magistral en una universidad es atacado por un fanático contrario a los avances tecnológicos y a su mala utilización., todo un terrorista con conciencia “analógica”.
En su intento de continuar con el proyecto de Hill, con el aporte de su esposa Evelyn (Rebeca Hall), ayudado por Max, amigo y colega de ambos, cargan su conciencia, sus conocimientos, todo aquellos que se pueda extraer de su cerebro en uno de esos programas, y esto termina adquiriendo implicancias peligrosas ya que se olvidó de cargar su alma, su ética y la moral.
Bueno, del alma también se olvidaron el guionista y el director ya que a partir del primer punto de quiebre narrativo, casi a la media hora de comenzada la proyección, la narración se transforma en una especie de thriller anodino, previsible, aburrido, con cruces de géneros de producción romántica que termina ganándole a todos los otros géneros, pero que finalmente no ayuda al producto.
Los personajes no tienen dobleces, o son buenos por antonomasia o malos por axioma, con una buena presentación de cada uno para estancarse en eso, no hay construcción, menos desarrollo, estereotipados, inmutables y redundantes. Por lo que la película, que posee también estas últimas características, se torna irremediablemente previsible y aburrida.
Poco ayuda la presencia de los actores: Johnny Deep se pasea con gesto más que adusto, pétreo durante toda la narración, no tiene matices, ni puede tenerlos ya que la mayor parte de su presencia en pantalla es, valga la redundancia, en la pantalla de una computadora; Rebeca Hall demuestra sólo tristeza y que su belleza esta intacta; mejor suerte tuvo Paul Bettany, cuyo personaje al menos muestra un quiebre y un pequeño cambio en su desarrollo. Ni la estampa de Morgan Freeman (vio luz y entró) puede levantar el tono o la dinámica de la realización.