Cyber todopoderoso
Demasiado presupuesto y nombres de estrellas para un producto tan poco atractivo como esta ópera prima de Wally Pfister, integrante del equipo de Christopher Nolan y encargado de la fotografía, con guión de Jack Paglen, que toma por un lado el intrincado y polémico universo de la inteligencia artificial y por otro esboza el planteo ético acerca de los alcances y limites de los avances de la ciencia.
La frontera entre el hombre y la máquina; esa suerte de continente aún sin explorar del todo, han sido cooptadas como tópico y elemento distópico de la ciencia ficción y particularmente desde el cine con el claro ejemplo de 2001, odisea del espacio. Ahora a esa premisa siempre permeable a levantar vasos comunicantes con otros asuntos también explotados por la ciencia ficción se le suma la radicalización del pensamiento a partir de los extremos y fundamentalismos que chocan no sólo en el campo de las ideas sino desde la acción per se bajo la máscara del terrorismo tecnológico o los activistas anti tecnología.
Bajo esas coordenadas binarias, poco o nada se puede desarrollar y ese es el principal escollo que no logra superar Transcendence, identidad virtual, con un Johnny Depp desganado en el rol de un científico, Will Caster, que apuesta a la idea que las computadoras tengan conciencia propia en pos de una evolución del pensamiento en el que una computadora todopoderosa logre aunar la inteligencia colectiva de todos los hombres capaces y así llevar a la humanidad a otro estadío. Claro que a esa utópica proeza tecnológica y humana se opone un grupo de hackers extremistas, quienes alertados por el peligro del avance de la ciencia y la neurociencia organizan un ataque a modo de boicot pero con el objetivo de eliminar la mayor amenaza: Will Caster.
El envenenamiento radioactivo lo condena a una muerte rápida pero antes de desaparecer de la faz de la Tierra y alentado por su esposa Evelyn (Rebeca Hall), junto a la inestimable colaboración de otro científico y amigo, Max Waters (Paul Bettany), coordinan un procedimiento para trasplantar la conciencia de Will a una computadora denominada PINN, con el objeto de que su obra continúe y por supuesto su legado. Pero un científico con síndrome de dios o una relectura moderna del complejo de Frankenstein no son alicientes sólidos como para avanzar en una trama lineal que no consigue superarse a partir de sus planteos profundos a nivel ético o hasta pseudocientíficos que encuentran las respuestas más elementales y reduccionistas, con pretensiones de filosofía o metafísica y en un registro que no abandona una solemnidad tediosa, apenas transitable para los márgenes de la tolerancia.
Dónde empieza la personalidad y termina la conciencia, interrogante que se encargó de explorar hasta las últimas consecuencias la gran película Ella, de Spike Jonze, tal vez hubiese encontrado en Transcendence otro costado siempre arraigado a la ambición humana y a la necesidad de prevalecer más allá de los límites de la propia existencia. Sin embargo, bajo la escueta dinámica de los acontecimientos y las acciones, el relato se achata y ameseta en el territorio del thriller cibernético que nada aporta a pesar del despliegue visual, que tratándose del debutante Wally Pfister tras la venia de Nolan cumple pero no satisface las expectativas.