Ya es hora que las películas que trabajan con ideas sobre la imposibilidad de convivencia entre las máquinas y los seres humanos aporten algo diferente, o, directamente, no se generen.
Un discurso sobre la inconexión, el destrozo de los vínculos sociales y la hiperconectividad que aisla cada vez más, viene construyéndose desde la década del ochenta con mejor o peor suerte, y se acumula en bibliotecas sin novedades.
Este también es el caso de “Transendence” (USA, 2014), del debutante Wally Pfister (que supo lograr una fotografía maravillosa en “Inception”) en el que hay una pareja de investigadores (interpretada por Johnny Deep y Rebecca Hall) que tratará de lograr la Inteligencia Artificial con el agregado de auto conciencia para así poder controlar el universo.
En el camino para lograrla, se verán amenazados por un grupo de radicales, y tras una serie de atentados en masa, que apuntan específicamente a unidades de trabajo/investigaciones tecnológicas, Will Caster (Deep), verá como su cuerpo comienza a deteriorarse al ser rozado por una bala con plutonio.
Desesesperada, su mujer Evelyn (Hall) intentará que su marido trascienda bajo la utilización del programa de IA que juntos pudieron llevar y avanzar, y para esto robará todo el equipamiento necesario y eludirá a los controles más estrictos de seguridad.
Pero Evelyn no estará sola, el mejor amigo de Will, Max Waters (Paul Bettany), la ayudará a la arriesgada empresa que consistirá el volver a ensamblar la máquina de IA y así conectarla al cerebro de Will antes que muera.
Sin escuchar las advertencias de los grupos radicales, encabezados por Bree (Kate Mara, en un papel, una vez más, de “rara”), la “trascendencia” de Will a IA verá la luz y allí comenzará otra historia, porque si en una primera etapa asistimos a una película en la que la épica sobre el esfuerzo por lograr algo imposible como principal tema y con el amor como motor, luego comienza una sobre la exposición de la IA al mundo y su obsesión por controlar todo y el desengaño amoroso estará a la orden de la narración.
El error de “Transendence” no es el repetir un discurso ya visto y leído en repetidas oportunidades, sino que cae en la vacuidad de la falta de una síntesis que logre homogeneizar la historia con coherencia más allá de su planteo inicial.
Will como IA se vuelve un déspota, que quiere controlar a todos y ganar cada vez más espacios fuera de la máquina en la que habita. Hasta intentará meterse en los cuerpos de los cada vez más pasivos súbditos, que a fuerza de generarles milagros (hace ver a un ciego, caminar a un paralítico, etc.), formarán parte de un ejército con el que intentará avanzar en el mundo.
“Transendence” no logra impactar tampoco desde lo visual (como sí lo hizo “Inception”) y ofrece pésimas actuaciones de sus protagonistas (está Morgan Freeman, hiper desaprovechado), a quienes seguramente, como a los espectadores, esta historia nunca terminó de cerrarles.
Para ser un Dios en la era del 3.0 a Will le falta mucho, y pese a que uno intenta ponerle atención a una historia tan agarrada con alfileres y líquida, el debut en la dirección de Pfister pasará a formar parte del largo listado de películas de ciencia ficción que hace años no sorprende. En un momento alguien desliza una frase como “las emociones humanas son ilógicas”, este filme también. Aburrida.