La quinta entrega de la saga presenta un delirante argumento en el que robots gigantes conviven con El Rey Arturo
En un mundo colapsado y en guerra entre la raza humana y los robots, la clave para salvar al planeta se encuentra en un artefacto medieval que perteneció al mago Merlín ¿WTF? Sí, esta entrega, la número cinco de la franquicia, nos remonta a la época de los caballeros de la mesa redonda, con los Autobots entrelazados en la leyenda de Excalibur.
También los veremos más adelante en el tiempo, tener un papel preponderante durante La Segunda Guerra Mundial y todo rodado, como es costumbre en Michael Bay, a base de efectos visuales excesivos (por momentos inentendibles secuencias de chatarra removiéndose), música estridente, bizarros planos en slow-motion, pirotecnia y poco cuidado por la narrativa y la credibilidad argumental.
Nadie espera que la cinta sea El Ciudadano, pero la desidia del realizador por presentar una historia con cierta coherencia, nos obliga a pensar que este es un producto fílmico solo pensado para cumplir con la expectativa de facturación del Estudio y vender varios millones en merchandising.
Mark Whalberg sigue tan perdido como en la anterior cinta, en medio del grotesco montaje y secundado por un enorme reparto en el que descubrimos a Sir Anthony Hopkins en una performance penosa (interactuando con un robot mayordomo). El único consuelo por ver deambular a Hannibal Lecter es saber que los ceros en el cheque por su cachet tienen que haber sido muchos.
Y como si fuera poco, las casi dos horas y media de metraje "transforman" la experiencia del visionado, en una verdadera tortura difícil de sobrellevar.
Esta entrega, la quinta de la saga, supera todos los niveles de excentricidad y megalomanía de su director.