Impactantes efectos y nada más
Una de las pocas buenas noticias que ofrece esta quinta entrega es que dura "apenas" 149 minutos, todo un ejemplo de austeridad y recato si se tiene en cuenta que la anterior, El lado oscuro de la luna, demandaba la atención durante 165 minutos. Eso no quiere decir que el director Michael Bay y su ejército de cuatro guionistas y seis editores dejen de agobiar al espectador con una sumatoria de conflictos arbitrarios, personajes unidimensionales, diálogos risibles y sofisticados efectos visuales que se pierden en medio del constante bombardeo (literal y emocional).
En definitiva, la saga de Transformers es lo más parecido a participar de una rave: sonido y música tan machacantes como estridentes y un acumulación de estímulos visuales que provoca sensaciones que van de lo alucinatorio al mareo. Si la primera película estrenada hace ya 10 años generaba algo de sorpresa y fascinación con esa batalla entre gigantescos robots surgidos de la factoría Hasbro, ahora parece haber ingresado en una pendiente sin fondo. Ni esta segunda aparición de Mark Wahlberg en reemplazo de Shia LaBeouf ni la contratación de intérpretes de prestigio como Anthony Hopkins han salvado a la franquicia de su derrumbe. En esta oportunidad hay un prólogo ligado a la leyenda del Rey Arturo y luego una trama sin la más mínima coherencia ni justificación: solo es cuestión de sumar velocidad, ruido y generar un efecto de (falsa) espectacularidad. La calidad artística, en este caso, es lo de menos.