Maquinaria pesada
A Michael Bay no le importa nada. Es, sin dudas, el más cínico de los directores contemporáneos. Sabe cómo hacer una película que llene las salas y junte guita y eso hace. La evidencia es suficiente para demostrar que no se trata de un director limitado o un inútil de esos que cada tanto logran colarse en la máquina hollywoodense. Su historial académico, las entrevistas a quienes lo conocen, la pericia técnica, algunas ideas visuales que siempre aparecen en sus películas; todo eso está demostrado. El tipo podría hacer cosas buenas de verdad. Pero prefiere el éxito, o la guita, fácil. Y las Transformers, especialmente las ultimas dos, son en ese sentido sus obras máximas.
Algo mejoró en la cuarta y en la quinta, es cierto. En principio, dos cosas obvias. Bay modificó a los robots, haciendo a estos más identificables con diseños bien claros y definidos. Ahora se entiende quién le pega a quién, algo imposible de discernir en las primeras entregas de la saga, cuya acción consistía en enormes orgias de piezas mecánicas. En las nuevas están los dos protagonistas y después hay uno que es un samurai, otro con sobretodo y John Goodman. El desarrollo de los personajes sigue siendo inexistente pero al menos no se nos mezclan. Además, Bay hizo una considerable mejora en el departamento de casting, cambiando al opa de Shia Labeouf por el querido Mark Wahlberg y metiendo gente como Anthony Hopkins, Stanley Tucci y Kelsey Grammer en el asunto.
Pero lo más significativo que hizo Bay en estas últimas películas fue empezar a robar mejor. Lo que hacen La era de la extinción y El último caballero es copiar elementos de los grandes tanques exitosos de la actualidad (de las Marvel, de las Rápido y furioso) con total impunidad, imitando aquello en la superficie sin intención de calidad alguna.
El último caballero expande el “universo” de Transformers (imaginando que tal cosa exista, que hay algún tipo de interés por la coherencia o la continuidad en la saga) en una primera secuencia con el Rey Arturo y Merlín. Ninguno importa, y todos lo sabemos. Bay no hace ningún esfuerzo por caracterizar a Arturo ni a sus caballeros, no sabemos a quién pelea tampoco. La secuencia es espectacular y expone alguna base de la trama (esto último más bien lo supongo, porque seguir la trama de una de estas películas es como querer seguir el trayecto de una montaña rusa). Volvemos al presente, en el que unos chicos invaden una ciudad en ruinas, conocen una chica y son rescatados por Marky Mark. Los chicos, una versión alternativa del elenco de Stranger Things, jamás volverán a aparecer en la película. La chica sí, pero a fines prácticos es como si no estuviera, ya que nunca hace nada. Como con el comic relief (un morocho amigo de Marky Mark), uno sospecha que Bay simplemente se olvidó de decirle que deje de ir al set de filmación y ahí andan, por el fondo, diciendo cosas cada tanto. Todos (la chica, el morocho, los nenes) son piezas que aparecen, cumplen su función precisa en ese momento y ya está. Nada recibe desarrollo alguno, porque lo que Bay busca es solo imitar cosas que vio funcionar en otro lado. Digamos, uno mira Guardianes de la galaxia y se ríe de los chistes de Rocket porque están muy bien escritos y son graciosos, además de sentir compasión al descubrir que los utiliza como coraza, que es un personaje profundamente herido. Bay solo quiere los chistes. Todo lo demás es descartable.
En el medio de la película, hay una secuencia de Megatron reclutando personajes como en el comienzo de Suicide Squad (encima mirá de qué lugares roba). Dura unos buenos minutos y presenta a varios enemigos nuevos. Ninguno sobrevive la escena siguiente. De algunos ni siquiera sabemos cómo mueren. Ya está, Bay tuvo su secuencia canchera de presentación de robotitos locos, no sirven más. ¡Next!
Ni las escenas supuestamente emotivas se salvan de esto. Bumblebee, el robot favorito del público fiel, carece de voz propia. Se le rompió algún aparatito y solo habla con frases sueltas de películas y series. Cerca del clímax de la película, peleando contra su amigo Prime, la voz regresa milagrosamente para despertar al líder de su trance. El fenómeno no es explicado ni remarcado después. Bay necesitaba insertar un “momento emotivo” y puso eso, con la sequedad y el desinterés dignos de la más fría de las máquinas. Bay, el único autómata verdadero en esta película.