Transformers: El último caballero no sólo es una de las peores películas del año, sino que además ofrece una experiencia de masoquismo cinematográfico sólo apta para los amantes del dolor.
Larga, tediosa, aburrida y redundante, no es más que otra entrega desapasionada de una franquicia que al director Michael Bay jamás le interesó ni supo comprender.
La verdad que es notable ver como arruinaron un concepto fascinante para el público infantil con producciones tan mediocres que ni siquiera se relacionan con la serie animada de los años ´80.
A esta altura los Autobots se convirtieron en extras de su propia película, ya que el foco de atención gira en torno a las diversas subtramas que protagonizan personajes humanos que a nadie le interesa ver. Uno de los grandes problemas de la serie que se repitió en todos los episodios.
En esta quinta entrega hubo un esfuerzo desmesurado por generar que el argumento sea entretenido a través del humor y el resultado es un desastre porque los Transformers no son las Tortugas Ninjas.
Bay repite la misma fórmula que vimos en los filmes anteriores, con la trillada amenaza del fin del mundo, donde vemos continuas situaciones absurdas que no tienen sentido.
Una batalla final en la que no se entiende nada, la resolución acelerada del clímax en dos minutos y el discurso final de Optimus Prime como ocurrió en todas las películas previas.
Un personaje que además tiene muy poca participación.
Los Transformers están limitados a expresar chistes malos y participar de escenas de acción grotescas que tuvieron buenos efectos digitales, pero no transmiten ninguna emoción ya que el contexto en el que se desenvuelven es muy tonto y aburrido.
El film se encamina dentro de ese festival de excesos que caracteriza esta saga, con los estereotipos racistas, los personajes femeninos sexualizados (inclusive en una chica de 14 años) y una historia que se contradice a sí misma dentro del mundo de ficción que presenta.
En esta manía de Michael Bay y sus ineptos guionistas por confundir a Transformers con la saga Terminator, los Estados Unidos se encuentran bajo un escenario casi post-apocalíptico, donde los robots son perseguidos por los comandos militares.
Sin embargo en Cuba, que evidentemente es un país pro Optimus Prime, lo robots andan por las calles sin problemas y juegan al fútbol con la gente. Más curiosa es la situación en Europa donde los ingleses directamente no los registran y viven sus vidas con normalidad.
Estas incongruencias argumentales son los detalles que demuestran que al estudio Paramount no le importa nada la calidad de las películas y permite que Bay haga lo que quiera.
Mientras el público después pague su entrada de cine el resto es irrelevante.
Dentro de las nuevas adiciones Anthony Hopkins logra levantar bastante la película con sus apariciones, aunque su personaje resulta intrascendente.
Pese a todo es el actor que mejor sale parado en el reparto.
Lo peor de esta película, por lejos, lo encontramos en la presentación de Cogman, un androide mayordomo y ninja, con trastornos bipolares, que hace que Jar Jar Binks de Star Wars sea una creación de Shakespeare.
Si a esto le sumamos la presencia inexplicable de nazis y un tratamiento idiota y ridículo del mito artúrico se pueden hacer una idea del nivel de lobotomía audiovisual que ofrece este estreno.
Transformers con la visión mediocre de Michael Bay no da para más. La única manera que tienen los robots de ser redimidos en el cine es con un cineasta diferente que al menos tenga una mínima simpatía por el concepto de la franquicia.
En resumen, una producción horrenda con la que no vale la pena desperdiciar una entrada de cine.