ROMPAN TODO
Michael Bay sigue saturando la pantalla de explosiones y robots. Es lo que hay, tomenlo o dejenlo.
Uno sabe (y al menos la mayoría de los MN también) lo que va a ver cuando decide pagar una entrada por una de Michael Bay. Espectáculo puro, explosiones a granel, alguna que otra chica linda, y mucho patriotismo exacerbado. O sea, no se admiten quejas si esperan encontrar algo radical y diferente.
“Transformers: El Último Caballero” (Transformers: The Last Knight, 2017) no lo es, si no todo lo contrario. Es la conclusión del desborde visual llevado al extremo, en el peor sentido de la frase. El entretenimiento es su única meta, y lo consigue hasta cierto punto, pero cuando tu historia sólo tiene para ofrecer súper acción desenfrenada, un argumento descerebrado y mucho sinsentido, es mejor acotarla y no dilatar la angustia del espectador a lo largo de dos horas y media de película. Ni “Rápido y Furioso” se atrevió a tanto.
A la quinta entrega de “Transformers” se le notan los millones invertidos y los viajes por el mundo para aprovechar los hermosos escenarios naturales, sobre todo del reino Unido, pero con tanto metraje por delante no logra desarrollar ni siquiera una trama coherente, mucho menos algunos personajes que se suman a la franquicia, casi azarosamente.
¿Es un poco injusto tratar de analizar un blockbuster de esta envergadura? Para nada. Si algo demostró la taquilla veraniega en los Estados Unidos es que el público ya no va a lo seguro, contrariamente a la forma en que lo hacen los grandes estudios. Las secuelas, sagas y universos compartidos suelen ser su gallina de los huevos de oro pero, durante el 2017, la audiencia demostró que se está poniendo un tanto más exquisita, al menos, a la hora de invertir cinematográficamente. Por primera vez, en mucho tiempo, crítica y público parecen ir de la mano, y esto no es algo malo, es un puntapié para exigir un poquito de calidad en la pantalla grande en cuanto a superproducciones se refiere.
Claro que siempre hay excepciones, pero nada de esto tiene que ver con “Transformers: El Último Caballero”, una historia que arranca en el siglo V con el Rey Arturo y sus hombres tratando de ganar una batalla perdida casi desde el comienzo. Sí, Bay no se contiene y arranca con sus explosiones en pleno medioevo; pero como en las clásicas narraciones del monarca, Merlín llega para salvar las papas con un poco de magia. ¿Magia? En realidad, no. El mago borrachín (con énfasis en borrachín) interpretado por Stanley Tucci tiene muy poco de hechicero, pero guarda un gran secreto: en medio de las colinas inglesas se encontró una nave alienígena estrellada hace ya mucho tiempo, y a un caballero cybertroniano llamado Dragonicus que le ofrece un cetro con el poder de derrotar al enemigo y salvar a su mundo.
1600 años después, tras la batalla de Hong Kong, tanto Optimus Prime como Megatron están desaparecidos, el caos reina por todos lados y los transformers son una raza perseguida. La TRF (Fuerza de Reacción de Transformers) se encarga de cazarlos, así como a todos aquellos que le den asilo. En este grupo entra el valeroso Cade Yeager (Mark Wahlberg), uno de los tipos más buscados por los militares.
Cade es un fugitivo que se esconde junto a varios robots, pero pronto su destino queda ligado al de Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), un historiador que lleva rastreando la existencia de los Transformers en la Tierra desde hace rato; y Viviane Wembley (Laura Haddock) -¿a nadie le perturba lo parecida que es a Megan Fox?-, una profesora de historia que, justamente, viene a desempeñar un papel importantísimo.
La cuestión: existe una manera de revivir Cybertron, y para ello hay que encontrar ese cetro que perteneció a Merlín, una cruzada llena de peligros, enfrentamientos, peleas entre robots alienígenas y, por supuesto, la posibilidad de que la Tierra termine destruida.
Esto es, a grandes rasgos, el argumento de “Transformers: El Último Caballero”, una historia abarrotada de personajes, lugares comunes y sinsentido donde los robots protagonistas pasan a un segundo plano (casi como parte del decorado) para dejarle el lugar a Wahlberg y sus aventuras.
Bay invade la pantalla de “homenajes” a otras películas del género, explosiones, efectos de todo tipo, hasta dinosaurios, pero no logra conectarnos con ninguno de sus protagonistas, ya sean humanos o alienígenas, excepto tal vez por Hopkins que brilla en cada una de sus escenas.
No, no fuimos buscando calidad narrativa, si no mero entretenimiento, pero hasta en ello falla bastante cuando se va por las ramas a lo largo de tantos minutos de película. El divertimento está, aunque pronto le gana el tedio de una trama sobrepoblada de todos esos elementos que ya supo patentas su realizador. Es obvio que Michael Bay hace lo que se le canta con todos los millones a su disposición. Tal vez es hora de que tenga una lección de humildad y descubra que, en la mayoría de las casos, menos es más.