Honor inglés, logias secretas, alienígenas metálicos esquizoides y hasta una pequeña huérfana latina, conforman el universo de la última, y ya desgastada, entrega de la saga dirigida por Michael Bay.
La quinta entrega de Transformers comienza con Cade Yeager (Mark Wahlberg) prófugo de la justicia y un Optimus Prime que se ha escapado del planeta Tierra, lugar que se encuentra convulsionado debido a que la guerra entre los humanos y los robots alienígenas no da tregua.
En este pastiche mal confeccionado, también aparecerá Izabella (Isabela Moner), una joven huérfana afecta a los hombres de metal, que solo busca amor y sobrevivir; un correctísimo Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), una especie de norte que conoce sobre los vínculos secretos entre los enormes robots y la leyenda del Rey Arturo; y una sexy profesora de literatura (Laura Haddock), pariente sanguínea del mismísimo mago Merlín.
El grupito se reunirá para combatir la profética invasión que está planeando Quintessa, la diosa creadora de todos los Transformers, quien sublevada a cualquier tipo de integración, quiere recuperar su planeta a costa de aniquilar y consumir la energía de los seres de la Tierra. También será la culpable de despertar el costado “Hyde” de Optimus Prime para que la ayude en su cometido.
En resumidas cuentas nos encontramos ante un relato del que brotan personajes y subtramas a granel, sin consistencia alguna. Así como querer encajar con fórceps elementos históricos y legendarios, tal como las cruzadas y la leyenda del Rey Arturo, época en la que ya existían nuestros amigos de fierro. Todo complementado con un maratón de estridentes y agotadores estímulos visuales que nos dejan mareados y a punto del colapso sensorial.
Una historia vertiginosa mal contada, con humor ineficaz, a merced de los abusivos efectos especiales/digitales, que no solo nos anestesian los sentidos, también la paciencia. El sopor se hace insoportable, así como encontrar una buena posición en el asiento. Transformers: El Último Caballero, persigue la lógica de un niño de tres años hiperkinético que está aprendiendo a usar sus juguetes. “Bayhem” en estado puro y en su máxima expresión.