MÁS BAY QUE NUNCA
Si el estilo de Michael Bay es la hipérbole estructurada a partir de los códigos del videoclip más espástico (que ha logrado algún que otro buen resultado en La Roca, por ejemplo), esta quinta entrega de su saga Transformers es toda una apuesta dentro de sus propios términos: suelto y haciendo lo que quiere, Bay en El último caballero narra menos que de costumbre, pega imágenes, las acumula sin sentido, también amontona ruidos y amontona personajes. Y a lo largo de 150 minutos construye algo que se parece a una película pero que nunca lo es: estamos apenas ante un compendio de imágenes que se suponen espectaculares y no son más que estética y vacuidad en el peor de los sentidos posibles. Es como ir a un museo, tomar todos los cuadros y pegarlos con la intención de lograr movimiento. En este caso, un movimiento que aturde, abruma y aburre desde el mismísimo comienzo.
Agotados ya todos los recursos, Bay vuelve a dibujar la mitología Transformer, en este caso pegándola a otra mitología inagotable: la del Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda. Hay que reconocer una cosa: ver al Mago Merlín al lado de Optimus Prime es una idea alocada y delirante, que en la mano de uno de esos artesanos autoconscientes de la Clase B como David R. Ellis podría convertirse en una aventura medio berreta pero sin dudas estimulante y divertida. Sin embargo, Bay no es esa clase de director y para él toda esta mezcla no es más que una nueva posibilidad de sumar solemnidad y pedantería al universo de estos robots en constante dilema existencial. Y, claro, otra posibilidad de seguir explicitando su amor por el militarismo y las ideas reaccionarias. Lo llamativo en todo caso es que aún dentro de sus propias reglas, las cuales Bay conoce y ha convertido en sello distintivo de su cine, la película no funciona ni cinco minutos. Transformers: el último caballero corre el riesgo de disgustar, incluso, a sus propios fanáticos (hay gente para todo).
El bochinche es tal, que aún aceptando que la coherencia narrativa, la complejidad argumental y la claridad expositiva no son virtudes que Bay pueda contar entre sus pertenencias, lo increíble de la película es que ni siquiera pueda sobrevivir al calor del carisma de su protagonista, Mark Wahlberg, algo que sí ocurría relativamente en la un poco más digna cuarta entrega. De hecho, los personajes son insertados de forma poco fluida, dejando en claro que para el director el componente humano no existe o es apenas un eslabón más dentro de un muestrario desfachatado de tecnología mal usada. Lo único que sobresale aquí (sí, en lo niveles en que puede sobresalir algo dentro de este bodoque) es la presencia de Anthony Hopkins, tomándose esto mucho más en serio que las últimas 150 películas en las que se lo vio.
Con grandes “Momentos Marta” (gracias Batman vs Superman: el origen de la justicia por regalarnos un concepto inmortal), resoluciones vergonzosas, múltiples finales que agotan y un tedio general por una estructura que se repite descaradamente borrando lo escrito anteriormente, Transformers: el último caballero es tiempo perdido y un dispendio de dinero destinado a lo más bochornoso del andamiaje de Hollywood. En mamarrachos como Escuadrón Suicida al menos se veían ideas que resultaban fallidas en la práctica. Aquí hay un desprecio por el espectador y por el cine mismo, y un único hallazgo: Michael Bay hizo la peor película posible, y dentro del contexto de esta saga es un logro para nada desdeñable.