Dejemos de lado todos los lugares comunes respecto de esta película. Dejemos de lado, por ejemplo, el patrioterismo chillón de Michael Bay. Dejemos de lado, incluso, su onanismo. Hay films patrioteros y onanistas que son buenos, incluso excelentes. No: las razones que hacen de Transformers 4 una no película son exclusivamente (anti) cinematográficas. Bay descubrió hace demasiado tiempo que la cámara se mueve, y que ese movimiento genera una sensación física que el espectador puede confundir con interés e incluso emoción. Lo que desconoce es que, repetido cuando no es necesario, provoca malestar y cansancio. Por otro lado, y es sintomático en los planos de la protagonista adolescente, cree que una imagen “linda” -en realidad en este caso es lasciva- genera en el espectador interés por el personaje. El problema es que no hay personajes, jamás. No importa lo que le sucede a los “humanos” en este film donde todo es confusión y ruido. Sí interesa un poco más lo que hacen los robots, pero allí talla el animador, el ingeniero, el diseñador y no el cineasta. El único momento de poesía y emoción en el film sucede cuando Optimus Prime “doma” a un dinosaurio robot, un momento donde, brevemente, hay un relato que emociona. El resto es un largo álbum de destrozos donde se confunde nervio con aturdimiento.