La evolución tiene su precio
Imponente demostración de efectos especiales y ciudades devastadas. Poder y control, con un guión flojo.
La frenética evolución de una franquicia tiene su precio. Y más cuando el cine adapta una marca emblemática del mundo animado. De mayor a menor fue el derrotero de Transformers, de la mano de Michael Bay y, como si fuese un triste presagio, la palabra “extinción” en su título calza justo.
La ausencia de Shia LaBeouf, protagonista de las tres entregas anteriores, marcó un saldo negativo en este filme que se desangra a pura carcasa escenográfica (las devastadas Chicago, Hong Kong y, en menor medida, Beijing), imponentes estructuras de acero digital -de los antagónicos Autobots y Decepticons- e impecables efectos especiales que llenarán los ojos del público a pura tridimensionalidad. Y sumar una aplastante banda de sonido. No pidan mucho más.
Todo comienza 65 millones de años atrás cuando los dinosaurios desaparecen de la faz de la Tierra por una misteriosa fuerza. El motivo habrá que dilucidarlo a través de excesivas dos horas cuarenta de metraje regidos por un (preocupante) guión que busca un continuo contraste entre lo antiguo (con el inefable Optimus Prime al frente) versus las fuerzas del futuro, las hordas mecánicas lideradas por Galvatron y su magnífica materialización. Recuerden el choque tecnológico entre el T-1000 líquido de Terminator 2: El juicio final contra la analogía del T-800 de Arnold Schwarzenegger.
La Naturaleza parece estar ajena a tamaña aberración de poder, una ferretería industrial a enorme escala que nada tiene que envidiarle a Titanes del Pacífico, otro tanque metalúrgico-digital. El mayor problema radica en un pobre hilo narrativo donde abundan los dilemas del control (que un padre posesivo se dé cuenta de que la “nena” -la infartante Nicola Peltz- tiene novio) y los roles de poder entre humanos y robots. El manipulador pasa a ser manipulado y el precio a pagar es nada menos que el futuro de la raza humana. Como cita parte del guión: “no se sabe quién controla a quién”.
El humor que busca el filme es innecesario, no tiene lugar en esta clase de películas (la escena del ascensor da vergüenza ajena) dejando en offside tanto a Mark Wahlberg (Cade Yeager) como a Stanley Tucci (Joshua Joyce). En este último, el jefe de KSI -a cargo del perfeccionamiento de las fuerzas del mal-, recae la traición, la duda y una posterior redención. “Escapar de su creación”, es la frase con la que sellan su destino.
El robot Lockdown y su ejército protagonizan duros enfrentamientos. ¿Otro momento clave? Cuando la nave madre magnetiza todo a su paso (eleva objetos para luego dejarlos caer a tierra), sin dudas de lo más logrado de la película. Vibrante, como el motor vehicular de los rudos Galvatron y Stinger.
En cuanto a los personajes secundarios, Nicola Peltz (Tessa Yeager) suma desde sus infinitas piernas y lo de Jack Reynor (Shane Dyson) aporta como el típico carilindo partenaire de una bella rubia. Y se viene la quinta parte.