Donde hubo fuego, chipas quedan
Cuando se estrenó Transformers, siete años atrás, el cine de Michael Bay estaba en su peor momento. Tras los fracasos (relativos) de La Isla, Pearl Harbor y Bad Boys II, se caía la máscara de este realizador pobre en ideas e imaginación, que repitiendo los mismos encuadres una y otra vez, busca generar emoción con su estética publicitaria barata y sus imágenes de video clip noventoso. Transformers no presentaba nada nuevo en la narración o el tono visual de Bay. Su visión femenina es un estereotipo, fetiche de calendarios de talleres mecánicos y prendas de fantasías soft porno de los 80. Sin embargo, encontrarse con Optimus Prime, gigante, imponente, luchando con Megatron, permitía olvidarse de los errores de casting, los pésimos chistes, los paupérrimos diálogos o la olvidable absurda trama. Fue un éxito masivo.
Obviamente, llevar a la pantalla grande a los monstruos de Hasbro trajo enormes ganancias económicas para el director y sus productores, quiénes siguieron facturando con secuelas que aumentaron el nivel de destrucción masiva de la franquicia, y siguieron regodeándose en explotar el perfil más grasiento de sus protagonistas… mecánicos o seudo humanos.
La Era de la Extinción, cuarta entrega de la saga demuestra lo mismo que ya vimos en las últimas dos partes. Destrucción, explosiones, chispas, efectos especiales y luchas que son demasiado rápidas para el ojo humano. Cuesta por un momento diferenciar si se destruyen Autobots o Decepticons. Poco importa. Michael Bay se repite y se extiende. No le alcanzan dos horas. Tiene que llegar al límite de la tercera con una historia de extraterrestres y apocalipsis relacionadas con semillas que pueden llegar a volar toda una ciudad entera, o extinguir toda la humanidad.
La novedad, que ya no pasa por la magnitud visual de los protagonistas robóticos, es la incorporación de humanos, lo cuál permite que los espectadores, tomen aire entre peleas robótica y se relajen un poco. Por suerte, ni los insoportables Megan Fox o Shia LaBeouf forman parte del elenco. Esta vez, el liderazgo lo tiene Clade, un inventor/mecánico – a cargo de Mark Walhberg, bastante más convincente y expresivo que LaBeouf – que encuentra a Optimus Prime abandonado dentro de un cine venido a menos (como entró?). El protagonista es viudo y vive en medio del campo con su bella hija adolescente – que se viste como Liv Tyler en video clips de Aerosmith – a la que no deja salir con chicos para que no abandone sus estudios. Sin embargo, la rubiecita tiene un novio secreto, que termina ayudando a Clade, en contra de su voluntad, a evitar un desastre mundial al lado de los Autobots. A falta de ideas argumentales, Michael Bay recicló la subtrama romántica de Armaggedon y la incluyó con pocos cambios dentro de Transformers, pensando que nadie se daría cuenta de ello.
Pero no son los únicos humanos. Como siempre hay un cómic relief – a cargo del siempre eficiente Stanley Tucci – y un par de militares ambiciosos – Kelsey Grammer y Titus Welliver sólidas interpretaciones – que deciden comerciar con las armas de los Autobots para darle al gobierno, “Transformers” simulados, manejados por humanos. Posiblemente inspirados por los Titanes del Pacífico de Guillermo del Toro. Sin embargo, los Decepticons tienen conciencia propia y están más preocupados por destruir al mundo que de protegerlo.
Durante casi tres horas los chispazos traspasan la pantalla. La película tiene un nivel de adrenalina tan alto que termina abrumando y los minutos se hacen eternos. Sin embargo, cierto nivel de autoconciencia de Bay y el guionista elevan el tono irónico del film. “Hoy en día solo se hacen remakes y secuelas. Pura basura”, dice el dueño del cine donde reside un Optimus Prime convertido en chatarra. Nada más cierto.
Hay planos insólitos, giros argumentales de coherencia narrativa mínima y destrucción masiva de Honk Kong. Ya ni vale la pena resaltar el nivel de cursilería, patriotismo anticuado, demagogia moralista conservadora, machismo y estereotipos. Es Michael Bay, es Transformers: hay aviones transformers, samurais transformers, dinosaurios transformers. No vinimos a ver una lección de cine políticamente incorrecto, de inteligencia industrial. Vinimos a ver “Transformers, de Michael Bay“. Esto es el pochoclo más grasiento chorreando aceite por la pantalla… una vez más. Y, lamentablemente, lejos estamos de la extinción.