Es un error pretender que una Transformers tenga un guion sutil. Michael Bay fue quien dirigió la franquicia basada en los juguetes de las empresas Hasbro y Takara Tomy (dirigió las cinco primeras) y quien sentó las bases con orgulloso trazo grueso y con rusticidad metálica, dando como resultado un espectáculo de proporciones planetarias con mucho aroma a pochoclo recién hecho.
Transformers: el despertar de las bestias, dirigida por Steven Caple Jr., pero con Bay y Steven Spielberg en la producción, entrega todo lo que una película de Transformers tiene que tener: orgía de efectos especiales computarizados, personajes de peso pesado que hacen chirriar el metal del que están hechos y peleas colosalistas entre alienígenas robotizados para salvar al mundo de Unicron, el enemigo devorador de planetas que quiere la llave Transwarp para abrir portales espacio-temporales.
Y allí están los Maximals, la raza avanzada de animales-robots al mando de Optimus Primal (un King Kong transformer), para cuidar la llave de Scourge y los Terrorcons, los heraldos enviados por Unicron, con quienes tienen una dura batalla hasta que logran escapar a la Tierra para esconder la llave.
A la Tierra llegan en el año 1994, más precisamente a Brooklyn, donde vive Noah Diaz (Anthony Ramos), exmilitar experto en electrónica, quien busca desesperadamente trabajo, sobre todo para ayudar a su hermano menor Kris (Dean Scott Vazquez), quien padece de una enfermedad que afecta una de sus manos.
Al mismo tiempo, se presenta a Elena Wallace (Dominique Fishback), la pasante del museo que estudia la estatua de un halcón que lleva el símbolo Maximal, a la que rompe sin querer, descubriendo que en su interior tiene la mitad de la llave Transwarp, que libera una energía detectada por Optimus Prime (voz de Peter Cullen en la versión original), quien convoca a los otros Autobots que viven en Brooklyn, ya que con la llave podrán regresar a su mundo: Cybertron.
A Noah le cuesta conseguir trabajo y un amigo, Reek (Tobe Nwigwe), lo convence de robar un Porsche que en realidad es el Autobot Mirage (voz de Pete Davidson), con quien Noah se hace amigo y compañero en la lucha por salvar al mundo. Por supuesto, no faltan las sorpresas y los personajes más queridos por el público, como Bumblebee (quien tuvo su spin-off en 2018).
Transformers: el despertar de las bestias es un espectáculo pochocleril auténtico, que ofrece peleas que se disfrutan en pantalla grande. Es el cine como un entretenimiento mayúsculo, que le brinda al espectador un momento de evasión y disfrute con personajes a los que se les agarra cierto cariño.
Con diálogos graves y medio dramáticos (como suelen ser los diálogos de los niños cuando juegan con sus muñecos y simulan hacerlos pelear), la película mantiene el ritmo y no sacrifica el humor.
Además, cuenta con un enfrentamiento final desarrollado en los imponentes paisajes de Cusco, Perú, exotismo turístico que se le perdona porque está hecho a favor de la inclusión cultural, sin caer en una obvia corrección política y sin descuidar el entretenimiento y el sentido del cine de aventuras y de acción, con unos colosos de hierro que siempre responden en la taquilla y con el público.