Coraje en las venas y los circuitos
Si uno compara lo que se dijo de “Transformers 3: El lado oscuro de la Luna” (“Transformers 3: Dark of the Moon”) con lo que la película es en verdad, podemos afirmar que los comentarios ha sido bastante injustos y prejuiciosos, aunque tal vez haya que reconocer que algo habrá hecho Michael Bay en las dos entregas previas para que muchos asocien la franquicia con pura acción, efectos y nada de argumento, como se dice por ahí.
Lo cierto es que al parecer la tercera es la vencida, ya que estamos ante el mejor filme de la saga: por el grado de complejidad de la trama y porque (tanto desde el guión como desde los recursos tecnológicos que los animan) los robots tienen aquí un protagonismo y un desarrollo como personajes que faltaba en las anteriores, y que extrañaban los viejos fanáticos.
Es que la vieja serie de los ‘80, impulsada por Hasbro, se caracterizó por una complejidad de argumentos y personajes que es muy difícil de llevar al cine; además, la animación digital (más allá de lo vistoso de las escenas) no había dado suficiente humanidad a los personajes mecánicos.
Intriga espacial
La historia comienza en la década del ‘60, cuando un Arca espacial de los Autobots, portando una tecnología que podía cambiar el curso de la guerra, se estrella en la Luna. El descubrimiento del hecho fue el verdadero desencadenante de la carrera espacial entre las superpotencias, coronada por la llegada de Armstrong y Aldrin el 29 de julio de 1969, que tenían como misión secreta investigar la nave.
En el presente, la colaboración de los Autobots con la agencia Nest del gobierno estadounidense comienza a poner al descubierto aquellos descubrimientos y una conspiración de los Decepticons con algunos humanos, que se revela a partir de algunos asesinatos para limpiar rastros.
Esta termina involucrando a Sam Witwicky, que a pesar de haber sido condecorado por el presidente Obama no es más que un universitario sin trabajo, pero (eso sí) con una nueva novia, bellísima como la anterior.
Los descubrimientos llevan a los Autobots a recuperar en la Luna a su antiguo líder, Sentinel Prime, que conserva cinco pilares de los necesarios para hacer funcionar la tan mentada tecnología: un puente de transporte capaz de plegar el espacio.
Ése es el recurso que los Decepticons quieren. Más revelaciones dirán quién tiene los restantes pilares, y otros giros que no revelaremos aquí.
Altos y bajos
De Bay se pueden decir muchas cosas, pero lo que no se puede negar es (quizás por estar producido/apadrinado por Steven Spielberg) su capacidad para pilotear una superproducción de esta envergadura. Y hasta se permite alguna genialidad, como la secuencia inicial, donde el relato de la carrera espacial y la llegada a la Luna mezcla sin fisuras y a un ritmo vertiginoso escenas “nuevas” con material de archivo de la época (incluso refilmando planos documentales). También lucen mejor las escenas de acción, toda una orgía para los que gustan de ver a estas supermáquinas matándose en cámara lenta (y no precisamente como en la canción que cantaba Roberta Flack).
Si dijimos que es la mejor, también hay que decir que es la más sangrienta para humanos y robots, especialmente en la gran batalla en Chicago. Que, valga el detalle, recuerda mucho a las dos últimas películas sobre invasiones alienígenas: “Skyline” e “Invasión del mundo-Batalla: Los Ángeles”, en este último caso por el accionar de las fuerzas de Nest.
Y ése tal vez sea uno de los puntos flacos: esa necesidad excesiva de mostrar uniformados valerosos (representados por el coronel Lennox, en la piel de Josh Duhamel, y Tyrese Gibson como Epps), un “patrioterismo” innecesario (pero muy a tono con los tiempos que corren en el Norte). En el mismo sentido, corre cierta misión de los Autobots, desbaratando una base nuclear en Medio Oriente.
En compensación, se puede ver a Optimus Prime, esa máquina de decir frases políticamente correctas, peleando como un desaforado e incluso rematando a sangre fría ante la traición de aquel en quien más confiaba.
El factor orgánico
De todos modos, los humanos tienen un lugar central. Shia LaBeouf vuelve a ponerse en un personaje que conoce a la perfección, esa combinación de loser y héroe inhabitual que es Sam, que encuentra rival perfecto en el rico y pagado de sí mismo Dylan, jefe de Carly: un Patrick Dempsey en toda su expresión.
Uno de los misterios era si Rosie Huntington-Whiteley como Carly Spencer podía emular la “despampanancia” sexual de Megan Fox, algo que logra con creces. Ya desde la primera escena en que aparecen (descalza, sus largas piernas desnudas, subiendo una escalera, apenas cubierta por una camisa entallada) justifica la crisis de testosterona entre Sam y Dylan, y hasta logra que el implacable Megatron se convenza de las palabras salidas de sus trémulos labios.
En los secundarios hay matices aportados por John Turturro (agente Simmons), Frances McDormand (directora de seguridad Mearing), Alan Tudyk (Dutch), John Malkovich (Bruce, jefe de Sam), Kevin Dunn y Julie White (Ron y Judy, los padres de héroe). Sin demasiados esfuerzos, se divierten y divierten a la audiencia. Como yapa, aparece el verdadero Edwin Buzz Aldrin, interpretándose a sí mismo en el presente.
En definitiva, estamos ante un buen cóctel de intrigas, violencia, romance y sensualidad: la esencia pura del entretenimiento.