Michael Bay es un cliché. Pero, al menos esta vez, logró hacer una buena película llena de clichés.
Vamos a sacar la bandita de un tirón, así sufrimos menos: la película es patriotera, nihilista y megalómana. Pero, ¿qué película de Bay no lo es? Para hacer esta review, hay que corrernos de ese lugar y, por una vez, jugar a que omitimos estos detalles de la personalidad del director que, en realidad, ya no los va a cambiar. Pero metámonos de lleno a El Lado Oscuro de la Luna, posiblemente la mejor película de Bay desde La Roca (1996).
Para comenzar, la historia retoma una idea que circula en la cabeza de los realizadores desde la primera entrega. ¿Se acuerdan de ese trailer que mostraba al hombre llegando a la Luna, y de un transformer que le tiraba la cámara al demonio? bueno, la Luna es el punto clave, universalmente hablando, de esta película, ya que en la década del ’60, y luego de una feroz guerra en Cybertron, el planeta originario de los Transformers, una nave de refugiados Autobots cae en el lado oscuro de nuestro satélite natural, y tanto el gobierno de los Estados Unidos como el de la Union Soviética lo descubren. Ahora ambos querrán llegar a hacer contacto con la raza alienígena, por lo que dará comienzo a la carrera espacial que, teóricamente, ganaron los Estados Unidos cuando Amstrong pisó la Luna por primera vez.
Más de 40 años después del alunizaje, en nuestros tiempos, Sam Witwicky (Shia LaBeouf) fue abandonado por Mikaela (Megan Fox, que ni aparece en la cinta) y ahora vive un romance con la bella Carly (Rose Huntington-Whithely), una mujer acomodada que trabaja para un elegante millonario coleccionista de autos (Patrick Dempsey), del cual Sam, desocupado y mantenido por la rubia, se siente extremadamente celoso.
Por otro lado, en estos tiempos de paz que vivió el planeta, los Autobots se dedicaron a trabajar para el ejército de los Estados Unidos (Ay, Michael, a veces me das ternura) en misiones en Irán, Irak, Bosnia y demás países “conflictivos”. Pero en una misión en Ucrania… más específicamente en Chernobyl… Optimus y sus colégas se darán cuenta que los humanos les ocultaron información: una pieza de la nave Autobot que aterrizó en la Luna fue hallada en la planta nuclear abandonada (si, intentaron crear energía con eso y kaboom Chernobyl), y no es lo único que se encuentran allí, sino que también tienen la desgracia de chocarse contra Shockwave, un nuevo enemigo que está buscando lo mismo que el ejército. Optimus recuerda todo lo que pasó con su nave madre , y para evitar que el Decepticon llegue antes que él, volará a la Luna para rescatar algunas cosas que quedaron ocultas en la bodega: unos aparatos capaces de teletransportar materia y el cuerpo inanimado de Sentinel Prime, el antiguo líder autobot, que solo “la chispa” de Optimus puede revivir.
Mientras tanto, Megatron vive como un paria en la savana africana, añorando los días en los que era el líder indiscutido de los Decepticons. Pero la mente maestra supera el mal momento, y no estuvo tirado ahí sin hacer nada, sino que preparó un plan perfecto para recuperar el poder.
Con ese escenario nos encontramos prácticamente al inicio de Transformers 3. O sea, hecatombe generalizada desde el minuto uno. A diferencia de las anteriores entregas, la parte “humana” de la película está mucho más relacionada con la parte “androide”, por lo que no es tanto el impacto entre historia e historia. En otras palabras, la historia de Sam y Carly es más entretenida que la de Sam y Mikaela, y tiene puntos en común con la historia del conflicto entre Autobots y Decepticons en lugar de ser un drama de pasiones adolescentes. Además, casi que se convirtieron en actores de reparto, porque el verdadero protagonismo recae, por fin, en los robots. En cuanto a los terrícolas, también cabe destacar (o mejor dicho, celebrar) las apariciones de John Tuturro, Ken Jeong, John Malkovich, Frances McDormand y Alan Tudyk, que le aplican una cuota de humor estúpido pero gracioso.
Las batallas son épicas, pero épicas de verdad, con la ciudad destruida y con hombres tirándose de edificios y moliendo a bombazos a los Decepticons. Además, celebren: ¡por fin se reconoce cuál es Autobot y cuál es de los otros!, después de tantas críticas, Bay escuchó y logró poner más marcas diferenciales entre el bando bueno y el malo.
Mencion aparte merece la última media hora o cuarenta minutos de la película. Lo que Bay logró hacer con todo eso no tiene nombre y, visualmente hablando, debe ser de lo más interesante y jugado que se hizo desde Avatar.
Lo que todavía Bay no capta es que casi tres horas para una película es demasiado, y si bien no se nota tanto el paso del tiempo, se nota. Y cuando uno mira el reloj en el cine, las cosas no van bien. De todas formas, esta entrega es, pero por muy lejos, la mejor de la saga. No sé hasta que punto la mano de Spielberg tuvo que ver, y no se hasta que punto Bay comenzó a ser un (¡dios nos salve!) director de cine, pero lo que importa es que esta vez lo que nos ofrecieron fue diversión, explosiones y robots gigantes y lo que nos llevamos del cine es diversión, explosiones y robots gigantes. Punto. Pedir más sería vil.