Si bien la primera entrega de Transformers no era una obra maestra (difícil es encontrar una en la exitosísima aunque algo vacía carrera de Michael Bay), el encuentro de los Autobots con el cine había sido satisfactorio, aunque haya sido al menos por la nostalgia y la expectativa que generaban estos antiguos juguetes-dibujitos en los espectadores. Gran despliegue visual, chistes a lo Michael Bay, una agradable química entre los personajes de Shia LaBoeuf y Bumblebee, y la carta bajo la manga que significaba Megan Fox para atraer espectadores y disuadir a fuerza de curvas a los más críticos.
La venganza de los caídos, segunda parte de la saga, nos reencontraba con los personajes, pero metía a su protagonista en un problema serio: los Decepticons lo buscaban para extraerle información. Una vez más, la película de Transformers contaba con una gran participación de los personajes humanos en detrimento del protagonismo de los robots-alienígenas, detalle que a medida que pasan los minutos en el metraje termina por aburrir insoslayablemente, por mucha garra y talento que le ponga LaBoeuf desde el papel de Sam Witwicky. Pero eso no era lo peor: el guión de los impresentables Ehren Kruger, Roberto Orci y Alex Kurtzman estaba lleno de huecos, falencias, inconsistencias y, lisa y llanamente, estupideces. Allí nos encontrábamos con situaciones intragables por doquier (el robot viejo que usa bastón, los robots "del guetto" que hablan como raperos, el pobre de John Turturro en un papel cada vez más tonto e imposible, pidiendo por teléfono a un avión que bombardee las pirámides de Egipto sin ninguna autoridad, pero "por el bien de la humanidad"... ¡y lo hacen!, etc.) y un desarrollo completamente absurdo de los padres de Sam Witwicky, que no dejaban de aparecer para decir alguna idiotez en el momento menos oportuno. Nuevamente la película se renovaba desde lo visual, por lo que justamente desde este blog la valoramos bastante, pero es un filme que no admite un segundo visionado, ya que la suma de situaciones incongruentes termina dando vergüenza ajena.
Con la tercera parte, Transformers se reivindica de algún modo, corrigiendo los peores vicios de la segunda parte. Ya no hay tanta participación de los padres de Sam, el impacto visual vuelve a mejorarse -es sin ninguna duda, la mejor de las tres en este aspecto y la única en la cual las peleas entre robots se "entienden" claramente, gracias a efectos de cámara lenta y a mejoras en la diferenciación de los personajes- y, aunque aún las hay y por todos lados, existe una reducción considerable de las inconsistencias y tonterías que plagaban el guión de la segunda parte. Aquí nuevamente suceden cosas que no soportan ni el mínimo grado de análisis (cómo es que el personaje de John Turturro -sí, otra vez- pasa de un manicomio a formar parte del equipo antidecepticons de un momento a otro; de dónde sacó su ayudante una pericia sublime en el manejo de las computadoras; cómo es posible que haya un personaje humano que siga siendo fiel a los Decepticons aún cuando ya todo está perdido y sus intenciones de destruirlo todo son más que claras, y más...) y también mantienen algunas cosas criticables, como el protagonismo de los personajes humanos (sería mejor eliminar a los personajes de Josh Duhamel y Tyrese Gibson -por nombrar un par- más que quitarles protagonismo) y un metraje que va mucho más allá de lo necesario para contar la historia, en especial si tenemos en cuenta que el climax comienza ¡una hora! antes de la conclusión final de la historia y que el verdadero desenlace dura lo que un suspiro en una canasta...
Lo que hay aquí es la participación de varias estrellas del mundo del cine que por alguna extraña razón decidieron participar con personajes bastante tontos. Frances McDormand (Fargo) interpreta a la nueva jefa del operativo antidecepticon, mientras que John Malkovich hace monerías con su personaje de jefe de Sam Witwicky. También participa Patrick Dempsey (Encantada) el villano humano lamebotas de Megatron. Y por último, cuenta con la presencia de Rosie Huntington-Whiteley, modelo de Victoria Secret, como reemplazo de la mucho más voluptuosa e interesante Megan Fox. La pobre hace lo que puede sin ninguna clase de pericia actoral y le pone todo el cuerpo para que la cámara de Bay se deleite. Igual que Megan, pero peor.
Michael Bay siempre será el rey del pochoclo, aunque no pueda evitar priorizar la explosividad visual ante un guión coherente. Lo hizo hasta en sus mejores películas, como La Roca, siempre con ese vicio de explicar cosas complicadas para resolverlas de un plumazo. Y sin embargo, suele hacer méritos suficientes como para que no lo odiemos.