La capacidad de Michael Bay como director nunca estuvo realmente en tela de juicio, y Transformers 3 es la confirmación de ello. Si algún espectador se ilusionó quizás con la primera Transformers (en donde pese a sus excesos de pornografía robótica, supo al menos entretener un poco) ya la secuela demostraba que había vuelto a ser el mismo de abominaciones cinematográficas como Armagedón y Pearl Harbor.
Michael Bay hasta puede proclamarse autor de un género cinematográfico inventado por si mismo, de nombre pendiente, pero algo similar a lo que sería el “hardcore robótico”. Aquello que pretenden ser secuencias de acción de lucha entre robots resulta absolutamente confuso e ininterpretable. Hasta cuesta distinguir cuales son los robots presuntamente buenos y cuales los malos. El menosprecio por el público es tal que se lo subestima entregando un producto masticado con condimentos descoloridos e innecesarios. La efectiva fórmula utilizada ya en dos ocasiones previas (con un severo nivel de bastardeo a partir de la segunda parte) vuelve a repetirse con la intención de cautivar al público amante de lo que cabe bajo el vulgar concepto de “los fierros y las minitas”. Apuntando así de bajo con pornografía sentimental y belicista, el producto (que naturalmente no es otra cosa que un producto pensado como tal para ser vendido masivamente) es mediocre y muchísimos otros calificativos despectivos le quedan inclusive chicos.
Definitivamente habiendo tantas otras ofertas en cartelera, Transformers 3 es la peor y merece ser pasada por alta. Y si bien es casi imposible que el público la ignore, solamente juzgando por cómo le fue a las anteriores dos, reconforta ligeramente al menos que sus números en taquilla no sean tan exagerados como con sus predecesoras.