Siempre tendremos Marsella
Christian Petzold continúa explorando las sombras de la identidad alemana. Su cine está poblado de personajes fantasmales que evolucionan en un período de tiempo indeterminado donde el pasado y el presente se entremezclan. Transit es una película inquietante en la que los alemanes huyen del fascismo, refugiados en una Marsella contemporánea. La audaz decisión de puesta en escena nos sumerge en una ciudad luminosa controlada por la policía francesa actual, mientras los bares, el puerto, las viejas calles y la ropa de los marineros evocan la ocupación alemana. Las primeras imágenes sugieren que el cineasta ha optado por una narración en primera persona guiada por los pensamientos del personaje principal. Pero enseguida aparece una voz independiente que sorprende, desestabiliza y plantea un misterio sobre la identidad del narrador omnisciente. Esta voz en off pone en marcha una sutil polifonía que hace dialogar al material original con la sinfonía urbana. Más adelante, en una escena tensa, la voz en off se superpone repentinamente con monólogos íntimos de otros personajes que esperan una visa. El protagonista se desdobla entre la inmediatez de la experiencia y su sublimación en una construcción románica.
Petzold filma un melodrama clásico, con Casablanca como referente, cambiando el contexto por la inquietante normalidad de una Europa contemporánea. A la espera de un embarque salvador y con el enemigo acechando en las puertas de la ciudad, Georg y Richard se enamoran de una misma mujer que busca tenazmente a su marido. La línea narrativa se suspende por momentos para introducirnos en la intimidad de cada personaje. Las escenas que se abstraen de la trama central, como el partido de fútbol improvisado o la reparación de la radio, son particularmente conmovedoras. En la incertidumbre que constituye el exilio, sin pasado ni futuro, sin idioma ni país, los personajes ingrávidos deambulan por hoteles y restaurantes, invisibles a los ojos de los demás, o por los pasillos de los consulados frente a una administración deshumanizada. Entre el miedo, la soledad, la desesperación y el instinto de supervivencia, el amor aparece como la única esperanza. Una hermosa fragilidad trasciende el rigor formal, los fantasmas de Petzold nunca estuvieron tan vivos.