Marsella, ¿cuándo? El libro original sitúa la acción en la década del 40 y vienen los fascistas, hay que huir. Pero Christian Petzold no está interesado en recrear una época sino en hacer cine, en confiar en el movimiento, en las emociones, en apoyarse una vez más en las grandes pasiones que se originan de forma sigilosa y explotan luego con alcances tremendos. El amor como anhelo imposible, el doble y los fantasmas; Casablanca y Hitchcock, y también Truffaut y el melodrama clásico norteamericano, ese que algunos europeos ayudaron a hacer grande. Transit es una película osada que nos recuerda que hay que confiar en los relatos, que nos hace dudar del tiempo en que ocurren estos hechos atrapantes con un manejo magistral y estratégico de la cadencia narrativa, y que nos posiciona como espectadores inestables. No importa el referente real sino la verdad del cuento: estos personajes exiliados, sus móviles, su enamoramiento, cómo se miran, cuánto nos importan sus caminos. La Segunda Guerra Mundial opera como fondo fantasmático, sin su peso en las peripecias históricas sino en el tono, en el sentido agónico de cada decisión. Es una película para tener una vez más la certeza de que el alemán es uno de los autores contemporáneos insoslayables, que perfecciona las enseñanzas del cine clásico norteamericano para contar estas (otras) crisis europeas, tan lejanas y tan cercanas.