Los encuentros prodigiosos han reaparecido en esta cobertura -mi primera- del Bafici. Ya había comentado un evento de esta índole en la critica de Todo el año es navidad, tal vez el que voy a explicar a continuación no tenga la magnitud de aquel, pero creo que es igual de pasmoso.
Luego de terminar la tercera parte de La flor, las últimas cinco horas y media de un total de catorce, me dirigí a la función de Transit. Vi una película alemana tan lenta como firme, situada en una realidad tan fantasiosa como contemporánea, y desenvuelta en un escenario tan fantástico como naturalista. Mientras veía como Georg era obligado a emprender un viaje tan extraño como opresivo, confinado a un tren únicamente acompañado por dos cartas ajenas. Una carta proveniente del consulado mejicano de Marseille y otra firmada por una tal Marie, y destinada a un marido anónimo, que Georg no conoce y nunca conocerá. El clima ominoso de Transit se asienta en pocos elementos; el homónimo transit (una suerte de ciudadanía transitoria), que marca como macguffin el relato, el cambio de identidad que toma George -para convertirse en la persona ausente a la que están destinadas esa carta-, y, ante todo una voz en off circundante que abastece el relato.
Transit podría bien ser parte de las historias de La flor. La aventura enrarecida de Georg se familiariza con las de Llinas; los pliegues constantes e historias dentro de historias también están presentes en Transit, de una manera muy similar a como las vemos dispuestas en la película argentina.
Una mujer confunde a Georg con otro hombre; esta mujer busca a su marido, irremediablemente perdido. siempre que ella esta cerca de alcanzarlo -alguien le había dicho que estaba en el correo, otro le comentó que lo vio cruzar una calle-, él siempre parece esfumarce en el último momento. Esta historia parcial se une con una revelación futura que ensancha el relato, uniéndose a su vez con una nueva historia (marcada por la voz en off) que vuelve a expandir la película; cada pliegue parece tener un lugar intrínseco en la conclusión total del film, en su búsqueda y fatalidad. Resumiendo: Partiendo de dos cartas de equívocos remitentes, la película se agranda en función del apilamiento consecuente de historias. Siempre tomando como eje a Georg.
Si bien Transit y las historias de La flor se asemejan, observamos impulsos diferentes en ellas; mientras la primera se centra en un Georg ínfimo o diminuto, la segunda inunda constantemente la pantalla con las mismas cuatro actrices (1). Por otro lado, Transit es, al fin y al cabo, una narración; La flor no es una narración, ya que el propio Llinas no sabe narrar (amén de sus explicaciones), lo único que hace es presentar una envoltura; si Transit contaba una historia con personajes oprimidos en situaciones enrarecidas -se puede rápidamente citar la obra de Kafka como correlato dominante-, la película de Llinas envuelve y envuelve usando monólogos abstractos, explicaciones contrastantes, conjugado una voz en off perpetua y un fanatismo por Orson Welles que ya quedó viejo.
Primero vi a Transit como una continuación directa de La flor. Más allá de su cercanía en mi grilla de horarios, creí que existía una contigüidad entre ambas películas. Pero, concluyo: una refrita, repite y congela; mientras que la otra expande, condensa y cuenta historias.