Entre gatos encerrados y judíos escondidos
Es inevitable que el nombre de István Szabó remita al cine europeo de qualité de los años ’80. Películas como Mephisto (Oscar a la Mejor Película Extranjera 1982 y varios premios en Cannes), Coronel Redl y Hanussen (1985 y 1988, también candidatas en ambas instancias) confirmarán que la idea no es incorrecta. Para quienes por entonces seguían la carrera de Szabó, lo primero que notarán es el agujero negro de 25 años que separa esos títulos del estreno de Tras la puerta, última película del húngaro que llega a Buenos Aires con dos años de demora (aunque en realidad varios de sus trabajos posteriores también llegaron al país). Lo segundo será confirmar que lo de Szabó sigue siendo el cine de qualité, con la salvedad de que para su estética cinematográfica esas dos décadas y media parecen no haber pasado: Tras la puerta ha sido construida a partir de recursos cinematográficos y poéticos evidentemente anacrónicos, que dan por resultado un film estéticamente envejecido.
Que Szabó elija filmar una historia que transcurre a comienzos de la década del ’60, en el apogeo de los regímenes comunistas en Europa oriental en un tono –narrativo, fotográfico, actoral– que podría calificarse de soviético tampoco ayuda. Se trata de la historia de Emerenc (pronúnciese “Emerenz”), una vieja empleada doméstica cascarrabias a la que todos en su pueblo temen en la misma medida en que adoran. Ella ha sufrido mucho durante la guerra, cuyo fantasma sobrevuela todo el relato, y por eso la comunidad la respeta y le tolera sus malos modos y su reserva (nadie ha entrado a su casa desde que la guerra terminó hace 15 años). Tras la puerta pretende entonces echar una (no tan) nueva mirada al horror de la guerra y la vida gris de los años rojos que resulta tan fuera de época como su estética, creando un círculo en el que no termina de quedar claro si es el pasado el que tiñe al cine, o si es Szabó quien cree que la única forma de filmar el pasado es fingiendo su color.
La relación de Emerenc con Magda, una mujer más joven e intelectual que requiere los servicios de Emerenc para dedicarse a escribir novelas, servirá para oponer los viejos temores de la empleada a los traumas y culpas del ama. Una de las tantas metáforas un poco gruesas sobre las que la película de Szabó se apoya. Es que el director no duda en trazar paralelos obvios entre gatos encerrados y judíos escondidos, u otros en donde las memorias ficcionalizadas por Emerenc no son sino la forclusión de un pasado tan doloroso como obvio. Que la vieja sea interpretada por Helen Mirren es una ventaja desaprovechada. Su personaje se la pasa hablando a través de epigramas previamente untados con una pátina de tosca sabiduría popular: el director parece haber creído que lubricados de esa manera podrían pasar por verdadera poesía. Esa misma impostación es la que hace de Tras la puerta una película recargada y falsamente lírica.