Traslasierra

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Cada uno vive como quiere, puede o le permiten. En eso se encuentra Tincho (Juan Sasiaín) un titiritero, hijo de otro hombre especializado en el arte de manejar y darles vida a las marionetas, Rufino (Rufino Martínez) cuando, luego de una gira sudamericana, regresa al pueblo cordobés que lo vio nacer, Mina Clavero, junto a su novia venezolana Julieta (Ananda Troconis).

Allí, entre comidas, vinos y charlas de los tres, afloran los recuerdos de la infancia del protagonista, especialmente los tiempos pasados con una amiga Coqui (Guadalupe Docampo), que le despertará celos a Julieta, aunque ella lo trate de disimular.

Rodeado de un hermoso paisaje, con una inmejorable fotografía, aprovechando al máximo el uso de exteriores para la filmación, en la que sólo se utiliza el interior de una casa rodante, algunos sectores de una casa, y una antigua pero bien conservada furgoneta Citroën 3cv, la austeridad y la economización de recursos está a la vista. No se precisa mucho más, y está bien que así sea, porque el criterio estético va acorde a lo narrativo.

Para completar esta sencillez de producción se le acopla una musiquita instrumental tranquila, como para resaltar los climas creados en cada escena. De ese modo, el también director Juan Sasiaín cuenta las vivencias de un artista bohemio que se conforma con poco y cuyo único patrimonio son los títeres que traslada en una vieja valija.

Como la realización, la historia es diminuta, lo que importa es la calidez que transmite, lo intimista que es la narración, la manera en la se vinculan los personajes, los diálogos, silencios, sonrisas y miradas que traspasan la pantalla.

El protagonista se entera de que su novia está embarazada y, por otro lado, la presencia de Coqui lo hace dudar de su amor por Julieta. Mientras tanto, Rufino se dedica a aconsejar y contener a su hijo cada vez que la ocasión lo amerita.

Tincho no sabe lo que hacer, se siente presionado sutilmente por la situación, aunque no lo exteriorice.

El relato melodramático tiene un contrapunto liberador, que es el mundo mágico de los títeres y de cómo los chicos, aún en estas épocas, se interesan por ellos.

Estará en la mente del actor principal resolver el dilema que se le presenta, si acepta sus sentimientos o hace lo más fácil y menos arriesgado.