Busco mi destino.
Uno de los tópicos que atraviesan este opus de Juan Siasaín, Traslasierra, también ocupaba el centro de atención en su película Choele (2013) con Leonardo Sbaraglia y que tiene que ver con la paternidad tanto como desafío para alguien primerizo, como es el caso del protagonista de su nueva película, como desde la presencia de lo paternal y el legado que puede o no dejar un padre a un hijo. Ese es uno de los puntapiés que desestructuran a este actor errante (interpretado por el propio director) que ama la libertad de no pertenecer a ningún lugar pero que se ve impulsado a retomar contactos con su padre, su pueblo y los recuerdos de infancia, a pesar del intento de armar una vida de pareja y aventuras con una novia venezolana.
Es entonces la inercia y la quietud necesaria a veces lo que convive en Martín, además del reencuentro con una amiga, Coqui (Guadalupe Docampo) que a diferencia de él sentó sus raíces en el lugar, dedicó su tiempo a la docencia y se encaminó en la aventura de ser madre soltera, por quien Tincho (así le dicen aquellos que lo conocen) aún siente cosas y la encrucijada amorosa se le presenta en medio de una crisis existencial.
Sin embargo, entre las intenciones y lo que queda plasmado en pantalla hay una distancia y la sensación de no encontrar un tono y un ritmo adecuado para el desarrollo de ese proceso de cambio.
En Traslasierra conviven dos tiempos internos que no logran conectarse, uno lo marca el pulso de los vínculos, los afectos y los miedos de perder todo por el simple hecho de no saber elegir y el otro tiempo es el de las acciones, los pequeños actos con los títeres en un personaje que a veces parece manipulado como un títere entre dos mujeres.
Desde la propuesta visual, el director de La tigra, Chaco (2009) dice mucho más que desde las palabras y desde ese obstáculo no llega a superar una seguidilla de tropiezos y apuros por resolver situaciones algo más complejas.