Pueblo chico, historias grandes. El propósito es claramente lúdico: reposada y cuidadosamente, van desplegándose situaciones que implican búsqueda de rastros, encuentro de papeles semiescondidos o de un audio revelador, descubrimiento de sitios misteriosos, desmenuzamiento de posibles pistas, interés por secretos y vestigios de la Historia. De hecho, puede decirse que está planteada como un cuento, o varios cuentos en realidad, que se entrecruzan sin dispersarse, gracias a un hábil guion. En varios tramos, una voz (generalmente la de Laura, la inquieta protagonista) lee o relata, convirtiendo distintos acontecimientos en historias dignas de asombro.
Dos peculiaridades caracterizan esta inmersión en intrigas menores o no tanto: la delicadeza que esparce a lo largo de sus cuatro horas y veinte minutos (entre cartas y flores, bares pueblerinos y bibliotecas, circulan voces nunca estridentes, y hasta la ocasional lectura de ciertas palabras escritas en unos textos eróticos se hace bajando la voz, gesto desacostumbrado en el cine argentino de estos tiempos) y su impronta feminista, que se manifiesta con más o menos sutileza según los incidentes que van aconteciendo, abarcando desde la participación de Laura (Paredes) en un programa radial para hablar de “Mujeres que hicieron historia”, o la revelación de una lejana historia de amor de una maestra con un extranjero, hasta la atracción que ejerce sobre ella una pareja algo enigmática (encarnada por Elisa Carricajo y Verónica Llinás): “Las amaba cada día más, quería ser ellas”, confiesa en un momento.
El espectador sensible sabrá dejarse seducir por la manera con la que se dosifican los detalles, descubriendo la mirada que diferentes personajes tienen sobre lo que ocurre o pudo haber ocurrido. Además, Trenque Lauquen crece estirando las posibilidades de los géneros, yendo de la intriga detectivesca y el romanticismo sosegado al terror –con más conversaciones y tensión que sobresaltos concretos–, sin abandonar nunca la deriva de la aventura.
La principal objeción que puede hacérsele es que, por momentos, parece un desprendimiento de Historias extraordinarias (2008) e incluso La flor (2018), las ambiciosas películas de Mariano Llinás (colaborador aquí en el guion y el montaje). Cuando se escucha a Laura decir “Supongamos que…” o “Imaginemos esto…”, o se ven imágenes ilustrando lo que dice la voz en off, resulta inevitable relacionar Trenque Lauquen con esos antecedentes de El Pampero Cine, del que Citarella es productora. Algunos de los segmentos que transcurren en un estudio de radio estancan la acción, así como se dibujan con trazos ligeramente gruesos la secuencia en una escuela primaria (de un costumbrismo fraterno que recuerda ciertos films de Carlos Sorín) y los personajes del periodista deportivo y la extrovertida empleada municipal.
Están también los problemas que ya aparecían en las películas de Llinás antes mencionadas: ¿por qué no acotar, de alguna manera, esa duración desmesurada? Hay alusiones a decisiones desatinadas del intendente de la localidad e incluso al avance de la “centroderecha”, según se lee fugazmente en un artículo periodístico, pero ¿por qué ninguno de los personajes tiene problemas económicos ni laborales? ¿Por qué, a propósito de la “laguna artificial” que proyecta el intendente, no deslizar algún apunte perspicaz sobre otras fuerzas vivas, más allá de la dirigencia política? No es que uno hubiera deseado enturbiar un film que pretende ser cordial, sino verlo alejado lo más posible de cómodos lugares comunes.
Por encima de estos reparos, Trenque Lauquen –premiada tres meses atrás como Mejor Película de la Competencia Latinoamericana en el Festival de Mar del Plata– ostenta calidad, sin arrogancia ni rasgos de esnobismo. Con sus ojos vivaces, su sonrisa y sus medidos tonos de voz, Laura Paredes impone más encanto que verdad: pese a su indiscutible profesionalismo, parece faltarle algo para transmitir plenamente la zozobra o la pasión que conducen a su personaje a tantas averiguaciones y a querer liberarse de ciertas ataduras. Están muy bien Rafael Spregelburd (el novio de Laura) y Juliana Muras (la conductora radial), y contribuye decididamente al clima general del film la comunicativa presencia de Ezequiel Pierri (Chicho), de mirada profundamente melancólica .
El sonido ambiente (demasiado interrumpido por la música) y el admirable trabajo con la luz natural se integran notablemente al rigor de Citarella como directora: la precisión de muchos encuadres (un improvisado picnic de Laura con Chicho, los pasajes imaginados en Italia, el plano general del encuentro de una extraña criatura en la laguna con personas y automóviles rodeándola, el bello recorrido final por lugares de la pampa bonaerense) y los acariciantes fundidos encadenados, logran dar forma a este film apacible y cautivante.
Por Fernando G. Varea