El romance de hacer películas
En su segunda película, Rosendo Ruiz cambia notoriamente de rumbo: del universo furiosamente popular del cuarteto cordobés, donde la estrella es desde hace años La Mona Jiménez -la zona que exploró en la exitosa De caravana-, a uno mucho más restringido, el del cine independiente argentino. El protagonista del nuevo film de Ruiz es un joven estudiante de cine que llega al Festival de Cosquín para filmar el making of del evento. Ese punto de partida sirve como excusa para que Ruiz incluya una serie de entrevistas con algunos directores y críticos que participan del festival que se va cruzando con la pequeña historia que vertebra el relato, la de la relación entre el aspirante a cineasta y una colaboradora ocasional locuaz y atrevida que se transforma rápidamente en cómplice.
A lo largo de la historia se suceden testimonios de directores relevantes del cine alternativo nacional -José Campusano, Nicolás Prividera, Gustavo Fontán- que exponen con convicción sus ideas sobre estéticas y modos de producción. Lo mejor de la película es que Ruiz logra integrar esas opiniones y algunas otras que aparecen diseminadas a lo largo del film (la del experimentado crítico y pope de la cinefilia porteña Jorge García, por ejemplo) con el desarrollo de una ficción ligera, fresca y entretenida, una especie de comedia de flirteos y leves enredos amorosos con final feliz que avanza con fluidez, siempre puntuada por el registro documental de las reflexiones sobre los avatares del cine independiente que el director eligió introducir expresamente.
La solemnidad que asoma en algunos fragmentos de esos discursos sobre el cine tiene su necesaria contracara en el humor blanco que Ruiz hace aflorar en más de una situación. Su mirada sobre la curiosa familia del cine independiente revela cariño y sentido de pertenencia, un tono apropiado para desmarcarse de la pura enumeración de tesis y al mismo tiempo generar un marco amable para que se filtren con eficacia en cada espacio que la ficción les cede.