El cine dentro de un festival de cine
El esperado opus dos del director de De caravana transcurre durante el encuentro internacional de Cosquín de 2013 y cruza la ficción con las reflexiones bien reales de realizadores como José Campusano, Gustavo Fontán y Nicolás Prividera.
Uno de los tres arietes con el que el llamado Nuevo Cine Cordobés derribó las puertas de la exhibición porteña se llamó De caravana (los otros fueron Hipólito y El invierno de los raros). Exitosísima en la capital de la provincia mediterránea, donde cortó más de 30.000 tickets durante 17 semanas en cartel, y estrenada en Buenos Aires a fines de 2011, aquella comedia romántico/policial de Rosendo Ruiz seguía a un fotógrafo de clase media alta al que una serie de enredos lo llevaban a involucrarse con un grupo de malandras. Pero detrás del tono fabulesco de aquella historia estaban los prejuicios sociales, los bailes y todo el entramado cultural local. De caravana, entonces, habitaba un espacio concreto, se apropiaba de él y sus particularidades para amalgamarlas a la trama. Sobre esa misma idea de construir una ficción en un contexto real parte Tres D, el esperadísimo opus dos del sanjuanino radicado en Córdoba que, después de su paso por el Festival de Rotterdam y el último Bafici, desembarca de este lado de la General Paz.
Escrita por el propio Ruiz y filmada casi íntegramente mediante planos secuencia que jamás harían suponer que el rodaje duró un puñado de días, Tres D se enmarca dentro de un festival de cine. Festival que no se trata de una creación de guión, sino del anteúltimo Festival Internacional de Cosquín, celebrado en mayo del año pasado y al que asistieron, entre otros cineastas, José Campusano, Gustavo Fontán y Nicolás Prividera. Ellos son algunos de quienes exponen sus visiones del cine ante la cámara. Basta haber visto sus películas –o leído sus textos, en el caso del también crítico Prividera– para dilucidar que hay poco y nada ficticio detrás de sus dichos: el creador de Vikingo defiende la pureza de sus trabajos y ataca el uso y abuso del cine como herramienta de control perpetrado por Estados Unidos, el autor de La casa teoriza sobre la separación entre documental y ficción, mientras que el realizador de Tierra de los padres le pega al “modelo internacional del relato” impuesto por el canon festivalero.
El encargado de filmar estas entrevistas es Matías (Matías Ludueña), asistido por Mica (Micaela Ritacco). Que al momento del rodaje ambos intérpretes formaran parte del staff del cineclub regenteado por el propio Ruiz (él como programador, ella como camarera) marca otro arrime de Tres D al terreno documental. La irrupción de una love story pequeña es el quiebre con el que irrumpe la ficción. La sutileza y el naturalismo con el que se construye y fortalece el vínculo entre la pareja, la errancia de Mica (nunca se sabe muy bien por qué llegó a Cosquín ni qué hace por fuera del período festivalero), la sensación de cambio inminente y la timidez emocional de ambos le dan al film un tono cálido e intimista digno del cine de Ezequiel Acuña, alejado del ritmo frenético de De caravana.
El film campeará entre ambas vertientes e incluso las hará confluir en varios encuentros entre los cineastas y los protagonistas. Y es justamente en ese (intento de) confluencia donde radica el principal problema de Tres D, ya la interacción física de los personajes es el único punto de contacto. La sensación, entonces, es que son dos películas “separadas”, y la faceta “teórica” es un apéndice de la puesta en funcionamiento de los mecanismos ficcionales. Así, ambas patas avanzan por carriles distintos sin retroalimentarse conceptualmente ni mucho menos problematizarse mutuamente.