El largometraje de Cecilie A. Mosli cubre varias bases, piensa a gran escala. Por un lado, se nutre del personaje clásico de Cenicienta, respetando ciertas tradiciones que vienen por añadidura, como el baile real como punto neurálgico, el príncipe como interés romántico, y la madrastra despiadada que complota con, en este caso, una hermana que busca ser el centro de atención. Por otro lado, Tres deseos para Cenicienta también toma elementos de la película homónima de 1973 del realizador checo Václav Vorlíček que se convirtió en una obra de culto, fruto de sus ribetes navideños. Si bien la fusión de ambas ópticas está lograda, algunos tramos de la historia exudan una ingenuidad que no es cohesiva con su desarrollo, donde prima la sensación de peligro y una oscuridad disonante con la génesis del inocente derrotero de la protagonista y su enamorado.
En cuanto al vínculo entre los jóvenes, uno que se desarrolla a partir de secuencias de aventuras con una imponente fotografía, este impide que el relato se estanque, sobre todo cuando se empiezan a percibir ciertos guiños a Noche de Reyes de William Shakespeare, ya que el tópico de las máscaras es recurrente. Asimismo, nos encontramos con un auspicioso debut como actriz de la modelo y estrella pop noruega Astrid S. La cantante interpreta con soltura y carisma a esa Cenicienta que es mucho más que el objeto de afecto de un hombre, una sobreviviente que no necesita de la figura del hada madrina para concretar sus objetivos, un bienvenido giro de timón en pos de aggiornar el relato y de prescindir de ciertos arquetipos.