La angustia que corroe el alma
Hace casi un mes se estrenó la notable película alemana Entre nosotros, de Maren Ade, que desnudaba las miserias de una pareja que se daba cuenta de la verdadera dimensión de su crisis durante una estancia estival en la isla de Cerdeña. Algo similar ocurre con Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi), un matrimonio porteño casado desde hace 8 años que viaja durante un fin de semana a Colonia para festejar el cumpleaños 40 de ella (un poco mayor que él) y para disfrutar del primer período alejados de su hija de 6. Pero, claro, esa promesa de intimidad, celebración y descanso se convertirá pronto en una pesadilla para ambos.
Vivián Imar y Marcelo Trotta (Legado) redondean una atractiva película a partir de una puesta en escena muy prolija en la que conviven con bastante elegancia largos planos-secuencia con cámara en mano (todo un desafío para sus tres protagonistas) con otras construcciones más reposadas e intimistas.
Las calles, playas y construcciones de Colonia otorgan el contexto ideal para una historia que va adquiriendo un tono cada vez más melancólico, a medida que la crisis se hace más evidente con la irrupción de la angustia, de las inseguridades y hasta del desprecio y la cobardía.
Si bien el film en su conjunto tiene una apuesta más cercana a los climas propios del cine de cámara europeo (francés), la aparición de Ana (Julieta Cardinali), una ex novia de Pablo, propone una subtrama que remite en su construcción al díptico Antes del amanecer/Antes del atardecer, de Richard Linklater.
Irreprochable desde su apuesta narrativa y su acabado técnico, Tres deseos extraña por momentos un poco más de intensidad y de hondura a la hora de sumergirse en las contradicciones de sus criaturas, y se resiente para algunos diálogos demasiado explícitos ("la vida me pasa y yo me voy dejando llevar", Pablo dixit) que afloran cuando llega la hora de las confesiones íntimas.
A nivel actoral, Cardinali ilumina el film en cada una de sus apariciones, la fotogénica Raggi sale bastante airosa del desafío de un riesgoso protagónico, mientras que Birabent (un actor al que siempre parece costarle bastante conseguir la fluidez necesaria en el cine) no desentona en una película "de" actores. De ellos también es, pues, el mérito de llevar esta historia a buen puerto.
Nota: Mi hermano Nicolás figura en los créditos como coproductor ejecutivo del film (me enteré de que participó en la etapa final del proyecto hace pocos días) y el CIC -responsable de la película- pauta desde hace un buen tiempo un banner en el sitio. Ninguna de esas dos situaciones ha afectado en lo más mínimo mi valoración ni la cobertura de este estreno. Pero, ante tanta gente susceptible que hay en la industria, no está de más hacer la aclaración pertinente.