La mitad del amor
¿HAY AMOR? LOS CONFLICTOS DE UNA PAREJA SALEN A LA LUZ EN UN VIAJE A COLONIA.
Una pareja con más de una década de convivencia, y con una hija, decide hacer un viaje solos a Colonia para festejar los 40 años de ella. Se nota que su relación es tirante, fría. Pero tal vez sea la costumbre y ya se tratan así, todo el tiempo al borde de la crueldad. ¿Permitirá el viaje recobrar algo de paz, recuperar esa "chispa" perdida con el tiempo?
La respuesta no es fácil y Tres deseos lo deja claro. El viaje, más que curar heridas, las saca a la luz, las hace evidentes en los fastidios constantes que se producen entre Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi).
Tras una discusión, Pablo decide irse a caminar por la playa mientras Victoria vuelve al hotel. Allí, casualmente, se topa con Ana (Julieta Cardinali), que fue su novia antes de Victoria. Ella se acaba de separar de su pareja y ha viajado sola, "a pensar". La charla se transforma en un paseo, el paseo en un café y da la impresión de que ambos se están reconectando con ese viejo amor que parecía olvidado.
En su primer filme de ficción, Vivián Imar y Marcelo Trotta construyen este triángulo amoroso alejándose de cualquier tipo de registro melodramático. El conflicto se arma a partir de diálogos puntuales, malos entendidos, silencios incómodos y conversaciones acerca del amor (o de su fin) que, si bien no se caracterizan por la originalidad, son bastante realistas.
El filme no se centra, del todo, en el triángulo amoroso. Ana es una figura casi fantasmagórica, un ideal, una comparación que a Pablo le sirve para confrontar lo imaginado (lo que no fue) con lo real: su relación de pareja, que sí es el tema central. Y la película tampoco ofrece soluciones fáciles para esa conflictiva relación.
La ciudad de Colonia juega un rol importante en el filme, con sus calles empedradas y sus playas ventosas que son recorridas por sus personajes. El nublado permanente parece aportar a la confusión que atraviesa el trío.
El resto lo da el elenco. A la acostumbrada solvencia de Cardinali hay que sumarle la revelación de Raggi, que con gestos sutiles compone a una Victoria que va descubriendo lo poco que le queda para darle a esa relación. Más problemático es el rol de Birabent: su personaje (y su composición) es tan fría y distanciada, tan amarga y cruel, que uno se pregunta qué le ven las dos chicas, más allá de su pinta. Pero, se sabe, los misterios del amor son insondables.«