Imágenes para entender la angustia
"Lo que más me gustan son los diálogos entre los personajes -apunta la actriz Julieta Cardinali-, "las preguntas que se hacen, esas preguntas universales: si sos feliz, si hay un momento preciso donde el amor se va, cómo darse cuenta". Y agrega: "los directores hacían mucho hincapié en respetar los silencios de la película, porque adentro de esos silencios hay un mundo: qué se está pensando, qué se quieren decir y no se atreven. Estos silencios cuentan tanto como las palabras" (1).
En Tres deseos, largometraje co escrito y dirigido por Vivián Imar y Marcelo Trotta, los silencios se esconden tras frases comunes, de puntos suspensivos. Cercanías que se repelen y requieren. Allí, en ese momento de tensión -todo el film es este momento tenso ocurre un vaivén de incertidumbre. Hay elementos que, digamos así, nos lo intentan explicar: el matrimonio, la edad, la separación, la voz de la hija (o de la madre, o de la suegra, ese teléfono).
Miradas lejanas que intentan, otra vez, el encuentro. Un film simétrico, diríamos, con el personaje de Pablo (Antonio Birabent, premiado en el Festival de Kiev) situado entre su esposa, Victoria (Florencia Raggi), y Ana (Julieta Cardinali), la novia de hace tanto tiempo. Por un lado, la necesidad de salirse, de apartarse; por el otro, lo lejano vuelto presente. Todo ello durante las vacaciones en Colonia, Uruguay, ese intento por consolidar lo que se ha agrietado.
De modo tal que, al seguir los movimientos de Pablo, el film se nos asemeja a un péndulo, a un movimiento que oscila y que no se decide. Es más, podríamos también arriesgar, y casi sin equívoco, que Ana responde más a la fantasía de Pablo que a la realidad. Ana como materialización vana de decisiones pasadas, como lugar del "qué hubiese sucedido si". Recuerdo inasible, que se traduce en el beso que se posterga, una vez y otra, ya irrecuperable.
"¿Cuál era esa película?", intenta recordar Victoria, mientras cita desde el azúcar y el café el film Bleu, de Krzysztof Kieslowski. Y al hacerlo traduce una angustia mayúscula, como la del personaje de Juliette Binoche, finalmente libre de toda atadura merced al destino y el accidente mortal. Libre de nuevo, para poder volver a empezar. Victoria no lo dice de manera explícita, tampoco hace falta.
Más la reacción hiriente de Pablo, quizá como ninguna otra, y el intento consecuente de reordenar el daño. Victoria llorará como nunca ante el espejo del transformista y su show de escenario, mientras intenta capturar imágenes en su camcorder. Imágenes luego vueltas diseños de moda. Capas sobre capas que esconden y silencian.
Por último, también agregar, cómo los personajes se miran desde la lejanía, cómo observan el llanto ajeno que, en última instancia, es también propio. El silencio, recordemos otra vez, como el protagonista de estos Tres deseos.