Escenas de la vida conyugal
El film de Vivián Imar y Marcelo Trotta sobre una pareja en crisis parece descansar en demasía sobre fórmulas demasiado vistas.
Como si de un compendio de varias películas se tratara (la tentación invita a pronunciar la palabra “variaciones”, pero no sería del todo pertinente), Tres deseos remite, en tono, trama y objetivos estéticos, a varios films. El ejemplo más claro podría ser el referido en la nota que los protagonistas dieron a Crítica de la Argentina: Antes del anochecer, el film de Richard Linklater. Otro más difuso podría ser el lazo que sostiene con cierto cine francés.
Un matrimonio en crisis (Florencia Raggi y Antonio Birabent) viaja a la ciudad uruguaya de Colonia a festejar los 40 años de ella. Es evidente que la pareja está en una encrucijada impuesta por sus ocho años de convivencia: los diálogos son ríspidos; las voluntades, atenuadas; los silencios, significativos. La desolada geografía del lugar ayuda a poner el acento en el tramo sombrío que transita la pareja, una zona de indefinición a la que contribuye la aparición de una ex novia de él (Julieta Cardinali), que por casualidad también está en Colonia. Entre reproches, arranques amorosos y vueltas atrás, la crisis se pone de manifiesto de manera implacable, algo que el binomio de directores ilustra con planos reposados y largas charlas. El problema es que así como el film se sigue con atención, también está lastrado por la falta de nervio, lo ripioso del personaje de Birabent, y ese constante recurrir –referido al comienzo– a fórmulas demasiado vistas que minan el interés y dejan la sensación de que todo lo que aparece en pantalla ya fue visto demasiadas veces.