Crónica de un final dialogado
Desde los minutos iniciales de este film dirigido por Marcelo Trotta y Vivián Imar queda claro que en la pareja formada por Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi) algo anda muy mal. Apenas unos segundos del prólogo alcanzan para ver cómo la tensión entre ellos provoca largos silencios incómodos interrumpidos por rígidas frases que anuncian acciones y ocultan sentimientos. Así, en un puñado de escenas, el conflicto está planteado y sólo queda desarrollarlo. Claro que es entre la presentación de los personajes y su crecimiento dramático donde esta película encuentra sus mayores dificultades. Porque mientras caminan por la costa y las calles de Colonia, Uruguay, los personajes centrales de Tres deseos sostienen diálogos que opacan más que aclaran quiénes son y qué les pasa. El drama del final de un amor filmado con prolijidad se complica con la sorpresiva aparición de Ana (Julieta Cardinali), ex novia de Pablo, que en pocos segundos le explicará que se separó el día anterior y entablará con él un largo intercambio de superficiales ideas sobre la finitud del amor.
Mientras caminan por las pintorescas calles de la ciudad y hablan, hablan y hablan, Ana y Pablo recuerdan a Celine y Jesse, de Antes del amanecer y Antes del atardecer, de Richard Linklater, claro que a esos personajes interpretados por Julie Delpy y Ethan Hawke, aunque pretenciosos, era un placer verlos y escucharlos. Aquí no pasa lo mismo.
A Birabent le toca la ingrata tarea de interpretar a este hombre al que no le otorgaron ni un rasgo positivo para balancear los muchos negativos que ostenta: obsesivo, malhumorado, cobarde e infiel, cuesta creer que alguien como Pablo sea o haya sido deseado por Victoria y Ana. Especialmente por la primera que, gracias al trabajo de Raggi, consigue ser el personaje con más carnadura e interés de la película. Hacia la segunda parte de la historia, Victoria y la actriz que la interpreta crecen frente a la mirada del espectador, que puede verla más allá de su belleza y la clara infelicidad de su matrimonio. Algo que no sucede con los otros dos personajes, apenas dos bonitos globos de papel llenos de aire como los que cierran la última escena del film.