La épica rentable
La película de Rachid Bouchareb (no me atrevo a mencionar la traducción local del título) generó controversias en el Festival de Cannes de 2010 y fue candidata al Oscar. Estos datos perecen lógicos si uno se detiene en la extraña fusión que hace el director entre el marco político al que alude y los códigos genéricos del cine negro de gánsters. Tal osadía se queda a mitad de camino.
Tenemos, por un lado, un conflicto (la represión francesa contra argelinos independentistas), muchas veces transitado desde la ficción y el documental, como fondo para contar la historia de tres hermanos, desde 1925, donde son echados de su tierra junto a sus padres, hasta 1962, fecha de la independencia de Argelia. En este sentido, no se aporta nada nuevo y en todo caso se incurre en una dudosa ambigüedad a la hora de referir los hechos donde se pasa fácilmente de la manipulación de datos hasta la declamación didáctica de frases hechas y poco sutiles (“la revolución es una máquina excavadora”), o de una postura ideológica fuerte acerca de ciertos ideales (el sentido de matar por una causa) que deriva en un sentimentalismo redentor innecesario. En efecto, durante el desarrollo de la historia, se insertan algunas escenas que pretenden instalar dilemas éticos en los personajes/hermanos (ser un revolucionario o un rufián, la causa o la familia, matar o perdonar) que progresivamente se diluye y cede el lugar al sacrificio individual como causa del triunfo colectivo, es decir, una especie de mesianismo barato, claramente identificado con ciertos cánones industriales cuyos protagonistas son héroes indiscutibles. En este punto, lamentablemente, Bouchareb no se juega por una línea argumentativa respecto de la Historia y se resigna a concesiones.
Por otro lado, es evidente que la candidatura al Oscar deviene por la forma que elige para narrar a partir de los códigos del cine negro, de gánsters. Luego de un comienzo acelerado donde se suceden rápidamente las fechas como excusa (un tanto forzada) para introducir los destinos cruzados de los tres hermanos, se inicia un periplo que remite (vorazmente) a momentos de El padrino, Los intocables (hay escenas casi calcadas) pasando por los clásicos de los años treinta, con sus rasgos característicos: ascenso y caída de los personajes, afán de poder y trascendencia (sea para crear un frente revolucionario como para crecer como rufián), abundante dosis de violencia, la conexión con la tragedia en su inevitable destino fatal y el coqueteo constante con la idea de familia como justificación para ser mafioso. Bouchareb traslada estos códigos, los incorpora en una estética noir y pretende conformar con un relato fácil de identificar con el espectador para disimular la pobreza de la resolución de los planteos políticos que había insinuado (la posibilidad de problematizar los métodos utilizados para sostener una causa, ya sea, reprimir a mansalva desde el aparato estatal o asesinar a un compañero revolucionario por comprar una heladera con los fondos del movimiento sin aceptar su arrepentimiento). En este sentido, no evita inscribirse en una serie de films controvertidos que despiertan más reacciones por sus supuestos ideológicos que por sus logros estéticos (Munich, La vida es bella, films embusteros si los hay), lejos de otros que, sin cacarear, logran tensionar lo estético y lo político de una manera más productiva (Caché). Las imágenes de archivo musicalizadas al final, como corolario del destino de uno de los hermanos argelinos, son una muestra de esa tradición lacrimosa.