Tres hermanos

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

EL LADO OSCURO DE LA PATAGONIA

Tres hermanos, segunda película de Francisco Paparella (Zanjas), trae un par de novedades dentro de ciertas estructuras repetitivas del cine argentino. Por un lado, el hecho de anclarse en la Patagonia, pero no desde la postal turística ni tampoco de la empatía y el rictus agradable que transmiten situaciones y personajes del cine de Carlos Sorín (La película del rey, El perro, Historias mínimas), cineasta que conoce minuciosamente ese paisaje. Pero, además, las imágenes que manifiesta Tres hermanos, por suerte, se toman vacaciones de la gran ciudad y de la zona palermitana, también de cierto minimalismo de la puesta en escena, para adentrarse en un espacio agreste, primitivo, abierto, con fuerte incidencia dramática. En los últimos años, esa incidencia de la naturaleza que cobra protagonismo se vislumbra en películas recordables o meramente aceptables como La araña vampiro, La novia del desierto, El invierno; Los salvajes, Al desierto, El monte y varias más. Es decir, un cine local tomándose licencia del Planetario y de diálogos cortantes (o nulos) para meterse de cabeza en una geografía deteriorada con personajes y conflictos particulares.

Por esos caminos de alto riesgo transita la película de Paparella describiendo las rutinas de tres hermanos, con sus características específicas, exhibidas desde la crudeza más extrema, sin subterfugios ni sutilezas, despellejando cada escena, como ocurre al inicio con la caza del jabalí y el posterior desollado del animal. En ese espacio de supervivencia (con)viven Walter, Matías y Marcos, con música trash metal bien fuerte, sexo ocasional, machista y misógino, engaños laborales, cierto rechazo al vecino país Chile, escasos diálogos y una naturaleza que protege pero también intimida y asusta. Uno de ellos se queda sin trabajo, otro toca la batería y practica artes marciales, el tercero visita prostitutas. Son breves escenas filmadas al detalle por la cámara de Paparella que sirven para conformar un conjunto opresivo donde la calma y el nervio cotidiano pueden romperse en cualquier momento, como sucederá con ese dique protagonista cercano al final.

Claro, Tres hermanos no es una película sutil que pide a gritos la complicidad del espectador. Va directo al asunto, sin rodeos, de la forma más cruda posible, despellejando entre toma y toma las miserias de tres hermanos, tres antihéroes que viven el día a día sin mirar para atrás pero tampoco desde la necesidad de plantearse un futuro venturoso. En medio de tanta escena salvaje, sin embargo, habrá lugar para más de un momento de corte poético, como ese dique que se hace añicos, la correspondiente inundación, la casa devastada, el jabalí podrido y ese solo breve de batería que transmite malestar, bronca, y hasta diría, una más que densa y peligrosa resignación.