Por tu culpa
La película del realizador turco Nuri Bilge Ceylan (premiado en Cannes como director por este film) transita el drama familiar y el suspenso a través de una historia teñida de crimen y omisiones. Con un minucioso trabajo de encuadres y sólidas actuaciones, Tres monos (Uc Maymun, 2008)aporta una mirada bastante pesimista sobre el poder y las relaciones humanas.
Los tres monos sabios son figuras de la cultura japonesa, a los que se les asignó el significado de “no ver, no oír, no decir el mal”. La película del consagrado cineasta turco está cimentada sobre males varios, pero por sobre todo el gubernamental (viciado de corrupción) y el íntimo, aquel que se despliega sobre una familia de clase media baja. Eyüp (Yavuz Bingöl) asumió el crimen de su jefe, un político en plena campaña, con la finalidad de que no termine desprestigiado. A cambio, su mujer Hacer (Hatice Aslan) y su hijo Ismail (Ahmet Rifat Sungar) reciben una mensualidad. Esa transacción viciada de culpa es la mecha de una bomba que hará estallar el denso clima familiar, sobre todo cuando el hombre salga de la cárcel y retorne al hogar abandonado.
Como en el reciente film de Christian Petzold, Triángulo (Jerichow, 2009), aquí el mal social se cuela en la infidelidad, torrente de pasión que emerge de la mujer reprimida. No hay expiación posible una vez que los hechos se llevan a cabo. Los mismos se no-presentan en la trama, son sus grietas sobre las que el guión está construido. Los crímenes, los momentos más álgidos y definitorios, es decir los nudos dramáticos, están elididos adrede. Esta elección produce que el espectador sea quien deba reconstruirlos, al mismo tiempo que sus ausencias promueven una reflexión crítica sobre las responsabilidades de los personajes.
Bilge Ceylan ya había demostrado su capacidad para construir encuadres meticulosos, en donde la luz y el equilibrio interno construyen climas potentes, sobre todo en Lejano (Uzak, 2002). Esa misma capacidad aparece en Tres monos, aunque la exhibición en DVD opaque el trabajo fotográfico. Todo el hastío de los personajes está teñido de un gris fantasmal, que acapara tanto interiores como espacios callejeros. Frente a la casa familiar están las vías del ferrocarril, cuyo sonido es empleado, tal vez, como metáfora de la imposibilidad de estar en calma.
Muchos podrán endilgarle al director la poca compasión con la que retrata a estos seres desgarrados. Pero más que encerrarlos en celdas psicológicas, su relato busca la ambivalencia, la doble mirada que muestra cómo llegaron a estar en situación de peligro. Y lo hace sin levantar el dedo acusador, aunque la mirada sobre ellos no deje de ser pesimista. En una escena Ismail llega al hogar ensangrentado y busca ocultarse de su madre. Nunca sabremos por qué, pero esa anécdota mucho dice de la Turquía actual, condenada como gran parte de Europa a la violencia social. Esas condiciones de posibilidad del mal, no explicadas ni puestas bajo una lupa, son las mismas que permiten que un político (en este caso Servet, interpretado por Ercan Kesal) pueda enquistarse en el poder.
Por último, hay que reconocer la dirección actoral. Los cuatro actores protagónicos dotan a sus criaturas de una desesperanza profundamente humana. No debe haber sido una tarea sencilla, sobre todo en un film en donde los silencios y el clima plomizo son causa y a la vez fuente de inspiración.