La crueldad de cada día
La crueldad y la soledad subyacen y articulan la obra del cineasta (y talentoso fotógrafo) turco Ceylan. Su mejor película, Lejano, es quizás uno de los mejores retratos de la mezquindad narcisista y el desamparo en el cine contemporáneo. Si bien Tres monos parece un melodrama heterodoxo con pinceladas policiales, el majestuoso plano general que cierra el filme sintetiza el fracaso de los vínculos afectivos y la incapacidad de los hombres de conectarse.
Un accidente abre la película. Un político poderoso atropella a un hombre. En plena campaña electoral, el candidato le pedirá a su chofer que se declare responsable del siniestro a cambio de una suma importante de dinero a cobrar una vez que recupere la libertad. La mujer y el hijo del "culpable" esperan por él, aunque pedirán un adelanto. El encuentro entre el político y la mujer de chofer tendrá consecuencias inesperadas. La usura y el deseo no son incompatibles.
Si bien los personajes centrales son cuatro, es posible que los monos del relato estén representados por el triángulo familiar. Inspirados en la filosofía de Confucio, los famosos simios detentan una filosofía positiva: "No veas lo malvado, no escuches lo malvado, no digas con maldad". Es decir: el hijo olvidará haber sido testigo del adulterio de su madre y el padre de haberlo comprobado, mientras la madre jamás dirá la verdad. Ceylan negativiza el adagio: más que proverbio de una sabiduría del bienestar se trata aquí de una filosofía del fingimiento. En efecto, la estructura narrativa circular subrayará la hipocresía, como también la tensión entre las clases sociales, otra arista ostensible de cómo Ceylan concibe e identifica la crueldad en el universo simbólico de sus personajes.
Elíptico y moroso, el melodrama "arty" de Ceylan no siempre funciona, pues sus personajes, más que criaturas de una historia sombría, parecen marionetas de una representación esquemática de una cosmovisión pesimista. Las elecciones cromáticas y los paisajes desprovistos de luz solar refuerzan el tono anímico que atraviesa el espíritu del filme.
No hay duda de que Ceylan es un maestro de la composición. La forma cinematográfica comunica y materializa: véase un plano general fijo en el que un hombre y una mujer, casi diminutos, discuten en medio de un escenario desolado. En vez de seguir la disputa verbal a través de los gestos faciales, Ceylan elige mostrar a la distancia el lenguaje corporal: el mejor pasaje del filme por su originalidad y radicalidad.
Tres monos, sin embargo, no siempre consigue ajustar la elegancia formal a su relato. La fotogenia se impone, mientras que el drama y los conflictos de los personajes reverberan en un teatro de la crueldad conductista, demasiado solemne y reduccionista, o apenas humano.