Stand Up Guys es un ejemplo de como la industria, a la hora de pensar en protagónicos para adultos mayores, no sólo tiene pocas ideas, sino que de un tiempo a esta parte hay fundamentalmente una que se destaca. Aún con Christopher Walken, quien recientemente tuvo un rol de peso en Seven Psychopaths, y Alan Arkin, nominado al Oscar por su papel de reparto en la gran Argo, es posible sostener que se prioriza la autoparodia y la comicidad de la vejez. Las casualidades de la distribución llevan a que, en la misma fecha, se estrenen otras dos películas que ponen en evidencia esta situación: Parental Guidance, con los abuelos "copados" de Billy Crystal y Bette Midler, y The Last Stand, western que, si bien se ríe de la edad de Arnold Schwarzenegger, funciona sobre todo por no hacer del chiste una constante en clave The Expendables. Desde luego que esto no supone necesariamente un problema, pero cuando se tiene una dupla de intérpretes como los arriba mencionados junto a Al Pacino –que hace más de una década que no encabeza un film digno de su carrera- y la humorada no funciona, es imposible no llegar a la conclusión de que se ha desaprovechado un talento que raramente se vuelva a juntar.
El actor Fisher Stevens es quien se pone detrás de cámaras para un trabajo que se sostiene fundamentalmente por su plana principal, un trío mayor que se dispone a dar vuelta la mesa y volver, por una última noche, a los viejos tiempos. Las posibilidades de estar frente a una buena comedia que, por la sola premisa, podría tener fuertes dosis de emoción, se diluyen a medida que esta avanza, con una notable carencia de ritmo. El director les da a sus personajes alcohol, drogas sin receta, Viagra, armas y un auto veloz con el objetivo de hacer que esa vuelta al pasado sea tan dinámica y excesiva como sea posible, no obstante si bien ellos se mueven y cumplen, es él quien nunca pasa de primera por miedo a quebrar el tempo geriátrico.
Es Noah Haidle, desde su guión, quien termina de dictaminar la suerte de Stand Up Guys. Lo que debió haber sido una emotiva noche de despedida en clave humorística, hace agua por ambos costados. El impacto dramático del castigo que se impuso sobre Val y Doc es menor y no termina de convencer del todo, más allá de que la excelente banda sonora ayude en determinados momentos de inspiración. Sin embargo, es su faceta cómica la que recibe el golpe de un libreto cómodo que teme traspasar la barrera de lo banal, y necesita ofrecerle a sus protagonistas "aditivos juveniles" para evitar que entren en contacto con sus sentimientos y entreguen una comedia más profunda. Al autor parecería no importarle que Alan Arkin no hace tanto se haya hecho de un premio de la Academia como un abuelo cocainómano o que Christopher Walken aún pueda calzarse la cartuchera y entregar a un genial delincuente psicópata. En la consideración de lo que escribió, si se le da drogas y armas a un anciano, eso es gracioso. Para Haidle y Stevens, este no es un país para viejos.