AMORES, DOLORES Y TRAICIONES Dos hombres, una mujer, un inevitable triángulo amoroso. Pero siempre hay maneras distintas de contar pasiones desatadas, seducciones, traiciones y dolores. Es el caso de este film codirigido por Sebastian D`Angelo y Santiago Fernández Calvete, con guión del primero, la actuación Mercedes Oviedo, Gustavo Pardi, Sebastian D`Angelo y Patricio Contreras, un muy buen casting y un tono que se asemeja a un policial con idas y venidas en un rompecabezas de tiempos y recuerdos. Una mirada sin golpes bajos, con una buena caracterización de cada personaje, sin demasiada retórica ni explicaciones, con un determinismo melancólico. Interesante, bien actuada, un Patricio Contreras que le saca chispas a sus dos escenas, una seductora Oviedo. Vale la pena.
The losers trío. Matías (Sebastián D´Angelo) no es un tipo fácil, más bien es un mal llevado, de esos que contienen una gran violencia a fuerza de modales impostados y un escape, en este caso, a través de la limpieza y el orden. El muchacho es dueño de un bar, soltero y con un padre problemático a causa de una demencia senil que crece. Una noche, en el bar, tiene un cruce de palabras con Julia (Mercedes Oviedo) a quien luego salva de un problema no menor. A partir de ahí, el flechazo. Sin conocerse más que en el sexo, Matías pronto le propone a Julia que se mude con él, a su casa. No tardan en surgir los lógicos problemas de convivencia entre dos personas que no se conocen en la cotidianeidad. Matías es estructurado y mantiene los pies en la tierra; Julia es bohemia, sin demasiado sentido de la responsabilidad y bastante inmadura. Además fuma. Pronto llega a la historia el mejor y único amigo de Matías, un actor amateur llamado Rodrigo (Gustavo Pardi) con quien Julia no tarda en empatizar, dado el carácter también bohemio del joven. La tensión crece a medida que también crecen los problemas de Matías, que van más allá de la pareja. Desde el inicio del relato los directores se disponen a jugar sus cartas de frente al espectador, cuentan con buenas actuaciones y un tono bien sostenido. La edición, como en todo filme, es fundamental pero en este caso juega un rol determinante en la forma del relato y sus responsables juegan en este rubro su mejor carta. El guión presenta un conflicto clásico de forma clara, expuesto con naturalidad -especialmente desde el rol de Oviedo- y recién hacia el final se permite filosofar un poco desde el off, no demasiado, algo que se agradece.
Dos amigos, un mismo amor Esta película sobre un triángulo amoroso es intrigante, pero una trampa narrativa termina menoscabando sus méritos. Los triángulos amorosos admiten ser contados en una amplia gama de registros: pueden ser el núcleo de tragedias, policiales, incluso comedias. En su opera prima, Sebastián D’Angelo -autor del guión y codirector junto a Santiago Fernández Calvete- eligió contar un triángulo dramático con ribetes de thriller, sumándose así a una saludable tendencia del cine argentino de escaparles a esas abúlicas historias de angustia palermitana que abundaban años atrás. El conflicto es clásico: dos amigos separados -o unidos, según cómo se mire- por la misma mujer. Matías (el propio D’Angelo), dueño de un bar, y Julia (Mercedes Oviedo), aspirante a artista plástica, se ponen de novios y rápidamente se embarcan en la aventura de la convivencia. No tardan en surgir grietas en la relación, y justo en ese momento vuelve de un largo viaje Rodrigo (Gustavo Pardi), el mejor -y único- amigo de Matías. Dos vértices del triángulo están mucho más logrados que el tercero. Es creíble la relación entre Matías y Julia, que sufre el desgaste propio de cualquier pareja (aunque en este caso las desavenencias se producen a gran velocidad). También es verosímil la atracción que va surgiendo entre Julia y Rodrigo, dos espíritus bohemios, artísticos, que se conectan enseguida. En cambio, la amistad entre Matías y Rodrigo no parece muy sólida ni profunda, por más que hay un artificial intento de unirlos mediante un hecho trascendental compartido en su pasado. D’Angelo apela al recurso narrativo de la prolepsis y empieza Tríada por una escena del final: todo el relato es un largo racconto de cómo se llegó hasta ese punto. El efecto que busca, y logra, es que todo lo que veamos esté teñido por esa escena, de modo que una sombra aciaga sobrevuele la historia. Es un recurso que cumple el objetivo de generar intriga. Y sería válido si no escondiera una trampa, un engaño al espectador. No aclaramos en qué consiste para no espoilear el desenlace; sólo digamos que produce la misma decepción que cualquier narración que termina con el viejo truco de atribuir todo a un sueño. Así, ese recurso se vuelve en contra de la película, quitándole gran parte de lo bueno que hasta entonces se había construido.
Un triángulo asfixiante ¿Qué puede enfrentar a dos amigos de toda la vida? El amor por una misma mujer. Ésa fue la idea disparadora de esta película, según ha declarado Sebastián D'Angelo, quien la escribió, dirigió y protagonizó. Toda la trama gira en torno del triángulo amoroso que completan Mercedes Oviedo y Gustavo Pardi, y en sus mejores momentos tiene la tensión propia de un thriller denso, asfixiante y cargado de violencia. El problema de Tríada es que el vértigo en el que viven sus protagonistas parece haberse desplazado a un guión que no invierte el tiempo necesario para que cada situación madure. Cada suceso de la historia -amoríos, conflictos familiares, fluctuaciones del deseo- se resuelve con trazos gruesos, sin profundizar demasiado, como si alcanzara con revelar la superficie y no el fondo.
Toca los problemas que suelensurgir ante una convivencia algo apresurada.Es difícil convivir cuando las bases desde un principio no son del todo firmes, las personalidades son bien diferentes, pocas cosas están claras y nada es lo que parece.A veces las relaciones no terminan del todo bien, sobre todo cuando se presenta, como se suele decir, un tercero en discordia. El director combina el thriller, amor, suspenso y drama, y además utiliza el flashback y la voz en off. Cuenta con buenas actuaciones, y como suele suceder la participación de Patricio Contreras es acertada.
La intimidad como campo de batalla. Tras un primer acto que en realidad es final trágico, el film vuelve atrás para ver cómo se llega a ese pequeño infierno sentimental. No es sencillo comenzar cualquier tipo de relato, incluyendo el que se realiza en una película, si lo primero que se decide hacer es revelar el final. Mucho menos si se trata de un relato de suspenso, en los que el misterio es una herramienta fundamental para mantener atrapado a espectador. Eso es lo que decidieron hacer los directores Santiago Fernández Calvete y Sebastián D’Angelo en Tríada, desafío del que logran salir muy bien parados. La historia gira en torno del vínculo que se establece entre la pareja integrada por Matías y Julia, dos jóvenes que recién comienzan a transitar el camino de la convivencia, con Rodrigo, amigo de Matías de toda la vida, que es en realidad su único amigo. La primera secuencia encuentra a Matías descubriendo in fraganti lo que parece ser una aventura amorosa entre su mujer y su amigo, pero sin que ellos lo noten. Lejos de perder el control, Matías organiza un día después una salida entre los tres, en la que ninguno parece estar pasándola bien. Cuando se están por despedir, Matías se ofrece a llevar a Rodrigo hasta su casa, pero antes de llegar a destino dobla en una calle sin salida, cerrada al fondo por un gran paredón. A pesar de los ruegos de su novia y de su amigo, Matías acelera y la escena funde a negro poco antes de que el auto se estrelle contra el muro, justo en el momento en que él mismo desabrocha el cinturón de seguridad de su pareja. Un interrogante queda flotando en la oscuridad final de la escena: “¿Cuándo es el último momento en que ves a alguien?” Esa pregunta se convierte en la oportuna puerta de entrada para el resto de la historia. Porque luego de eso, Fernández Calvete y D’Angelo retroceden hasta el verdadero comienzo de la historia, al momento en que Julia y Matías se conocen a partir de un encuentro incómodo en el bar que es propiedad de este último. Y de ahí a la entrada de Rodrigo, que acabará siendo el tercero en discordia de esta historia. Los directores cumplen en presentar muy bien a sus personajes, apelando a elementos que establecen las características de sus personalidades a partir de detalles que, siendo claros, no son necesariamente obvios. Así es posible percibir la violencia contenida en Matías aún antes de que esta aparezca en escena de forma explícita. Del mismo modo, su relación con Julia se encontrará atravesada por una tensión constante. La llegada de Rodrigo, dueño de una sensibilidad que es complementaria al carácter duro de su amigo, representará una inoportuna válvula de escape para la presión que acumula la pareja. Aunque con elementos técnicos limitados a las posibilidades de una producción modesta, Tríada está narrada de forma prolija y efectiva. El guión escrito por el propio D’Angelo (quien además se hace cargo de darle cuerpo al personaje de Matías) se ocupa de engrosar la historia con diversas subtramas que, al superponerse, van construyendo de forma lógica ese desenlace que la película se arriesga a convertir en el primer acto. De esa forma cumplen, sin estridencias ni gestos ampulosos, en articular un relato en el que la intimidad se convierte en un campo de batalla por momentos asfixiante. Parte del mérito de que Tríada pueda considerarse una película exitosa en su intento de transmitir las diferentes tensiones que operan entre los personajes recae en la labor de los tres protagonistas, Mercedes Oviedo, Gustavo Pardi y el propio D’Angelo, quienes consiguen que sus composiciones de Julia, Rodrigo y Matías pulsen la cuerda precisa para que este pequeño infierno sentimental se convierta en un escenario verosímil, cercano al espectador.
Nada es lo que parece La historia gira en torno del vínculo que se establece entre la pareja integrada por Matías (Sebastián D'Angelo), un tipo para nada fácil, mal llevado y cargado de violencia; y Julia (Mercedes Oviedo), a quien luego de rescatarla de un inconveniente se flechan. Al poco tiempo transitan el camino de la convivencia, y llega de viaje Rodrigo (Gustavo Pardi), amigo de Matías de toda la vida (y único que tiene). La trama es bastante convencional (historias triangulares se han visto desde Shakespeare hasta acá), pero tiene una interesante vuelta de tuerca que la hace diferencial. Desde la primera secuencia vemos a Matías descubriendo in fraganti lo que aparenta ser una aventura amorosa entre su mujer y su amigo. Al otro día organiza una salida entre los tres. Sus caras demuestran incomodidad todo el tiempo, realmente ninguno lo está pasando bien. Matías le ofrece a Rodrigo alcanzarlo en auto hasta su casa, pero antes de llegar a destino dobla en una calle sin salida, cerrada al fondo por un muro. A pesar de los gritos de Julia y de Rodrigo, Matías acelera y la escena funde a negro poco antes de que el auto se estrelle contra el paredón. La pregunta queda instaurada: “¿Cuándo es la última vez que ves a alguien?” Tríada, dirigida por el propio D’Angelo junto a Santiago Fernández Calvete, nos lleva hasta el inicio de esta historia cuando Julia y Matías. Luego veremos la llegada de Rodrigo, el tercero en discordia. Un casting muy bien logrado y la sutileza en varias de las escenas nos presentan las características principales de cada personaje y sus diferencias. Como la violencia de Matías, la tensión de Julia o la sensibilidad de Rodrigo. Si bien la producción parece ser modesta en cuanto a aspectos técnicos, no se pierde de vista la elaboración de un buen guion y que la atención esté dado sobre los tres personajes, a quienes también podemos sumar la breve participación de Patricio Contreras, como el padre demente de Matías. La edición es siempre fundamental, pero en este caso es determinante por la forma en la que se lleva adelante el relato. D’Angelo supo combinar el drama romántico con el thriller de ese infierno sentimental que vemos en pantalla, donde lo importante recae en los cimientos de los aspectos visuales, la musicalización y el desenvolvimiento de los actores. Al final nada es lo que parece.
Una historia más de chico conoce chica, se enamoran, van a vivir juntos, comienzan las rispideces de la convivencia, hasta que aparece un tercero en discordia que modifica la relación de la pareja. Ese es el nudo argumental de esta ópera prima de Sebastián D´Angelo, quien también escribió el guión en compañía de Santiago Fernández Calvete, codirector de ésta película. Narrado como un flashback, con un comienzo intrigante, que produce expectativas para lo que vendrá, cuenta la historia de Julia (Mercedes Oviedo) que, en una celebración con amigas dentro de un pub, conoce al dueño del establecimiento, Matías (Sebastián D´Angelo). El flechazo es inmediato, y la relación es tan vertiginosa que en poco tiempo Julia se va a vivir a la casa de Matías. Con la misma velocidad que se desarrollan los acontecimientos, los reclamos por parte del protagonista no tardan en llegar. Julia es una artista plástica que no gana plata, y su intención es progresar con su vocación, pero acepta la recomendación de su novio en buscar un trabajo aunque no le guste. Matías es una persona seria, siempre con un gesto adusto, no se le escapa una sonrisa ni por casualidad, la violencia está latente en él, la controla, pero siempre está al borde del estallido. Su contracara es Julia, quien persigue su sueño de ser pintora y vive con las emociones a flor de piel Cuando aparece en escena Rodrigo (Gustavo Pardi), un viejo amigo de Matías, las relaciones van mutando. Julia se conecta desde otro lugar con Rodrigo, porque éste es un actor del teatro under y comparten el gusto por el arte. Matías tiene el pub y además está a cargo de su padre (Patricio Contreras), quien padece problemas con su memoria y no puede valerse solo. Los intérpretes son creíbles en sus personajes, logran buenos climas entre ellos, especialmente entre Julia y Rodrigo, tienen matices, pueden variar sus emociones y el carácter de modo convincente. Matías es más lineal, previsible y se puede divisar cuando está por explotar. La historia transcurre básicamente durante las noches, tiene un ritmo interno intenso y continuo manteniendo al espectador atento porque en cada escena pasa algo y no hay espacio para la calma. Hubiese sido más rico y valorable que el final cerrase la incertidumbre y la expectativa generada al comienzo. pero todo se desmorona desmereciendo lo bueno que habían construido previamente, dejando al espectador con un gusto amargo y una sensación de vacío.