Trolls 2: World Tour

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

QUE LA MÚSICA NO PARE (POR FAVOR)

Los primeros minutos de Trolls 2: World Tour son un torbellino. La película arranca con todo, imponiéndose a través del color y las canciones, pero también con humor de impecable timing y un uso amplio de las posibilidades de la animación. En serio, es arrollador y nos pasa por encima como una bola espejada de colores y sonidos, aunque lo realmente positivos es que nunca se olvida de convertir esos estímulos en comedia de la buena. Si la primera parte había sorprendido precisamente por un espíritu pop que atravesaba con coherencia la propia materia de la película, el comienzo de Trolls 2: World Tour promete llevar aquello a un lugar mucho más alocado. Es como si los aciertos de la original se volvieran concepto y la película de Walt Dohrn y David P. Smith obviara lo narrativo para volverse una superficie propicia para la experimentación sin límites de las formas, el color y la música.

Pero el comienzo de Trolls 2: World Tour es apenas una ilusión; una suerte de extensión de la primera parte que se agota inmediatamente para volverse una enseñanza de vida en movimiento. En esta secuela se construye una genealogía de los trolls, en la que se cuenta cómo se dividieron en diferentes comunidades distanciadas por sus gustos musicales. Está la tierra de la música clásica, la de la música country, la del soul, la del pop y -claro que sí- la del rock. Y precisamente son los rockeros los villanos de la película, quienes buscan imponer su estilo a las otras comunidades hasta hacerlas desaparecer. No está mal esa premisa, retomar conflictos clásicos y universales pero reconvertirlos a partir de los géneros musicales. Tal vez uno de los inconvenientes de la película sea el hecho de tener que explicar un poco su universo, lo que la lleva inevitablemente a detener la acción. Trolls 2: World Tour es una película que funciona mucho mejor cuando la música no para, cuando los chistes se cuentan a un ritmo veloz, aunque por momentos pueda resultar un poco agotadora la experiencia.

La original Trolls era consciente de algo fundamental: la música pop, las canciones, por medio de sus letras, le evitaban a los personajes decir aquello que de otra forma podía volverse demasiado subrayado. Pero en Trolls 2: World Tour las canciones cumplen un rol más ilustrativo que narrativo, por lo que a la hora de resolver sus conflictos no puede evitar ponerse discursiva y aforística. El discurso de la película va sobre los diferentes y la necesidad de aceptar al otro, incluso con algunas reflexiones interesantes. Y no está mal, pero también es cierto que se vuelve demasiado repetida en relación a lo que ya se había expuesto en la anterior: no hay progresión, solo una sumatoria efectista de recursos ya expresados. Con el avance de los minutos, Trolls 2: World Tour convierte su arranque arrollador en algo más caótico pero menos divertido, como si se buscara contener la anarquía y aplicarla a su discurso. Esa fricción es la que termina convirtiendo a la película en una suerte de globo de colores, que siempre amenaza con estallar pero nunca lo hace por más que lo aparente de manera ruidosa.