Propuesta artística para un éxito masivo
En 1982 se estrenó un film de Steven Lisberger, con Jeff Bridges, sobre un hacker que ingresaba en un mundo paralelo en el que era obligado a participar en juegos de combates entre gladiadores. Aquella película tuvo un discreto paso por los cines, pero casi tres décadas más tarde fue retomada por el estudio Disney para una nueva producción (con algo de remake y otro tanto de secuela) concebida a una escala mucho mayor y aprovechando todo el potencial que la tecnología le aporta hoy al cine en términos visuales.
Tron: El legado arranca en 1989 con una sencilla narración que describe la relación entre Kevin Flynn (Jeff Bridges), un visionario creador de videojuegos, y su hijo Sam, que lo admira con devoción. Sin embargo, el padre -además, un influyente empresario- desaparece de forma misteriosa y sin dejar rastros, mientras su corporación queda en manos de inescrupulosos ejecutivos que intentan maximizar la rentabilidad sin ningún prurito. La trama salta un par de décadas y ahora es Sam (Garrett Hedlund), convertido en un hacker rebelde de 27 años, quien boicotea a la propia empresa familiar e intenta desentrañar el misterio de su progenitor. A los 25 minutos de relato logra introducirse en una realidad virtual y, así, la película cambia por completo de tono, de ritmo y de rumbo para convertirse en un sofisticado patchwork estético con un gran despliegue de imágenes generadas por computadora y reflexiones más o menos lúcidas sobre utopías digitales, espacios paralelos y nuevas sociedades.
La narración, por momentos, decae un poco cuando apela a ciertos parlamentos solemnes y ampulosos, y -tanto en términos narrativos como visuales- tiene situaciones y elementos ya vistos en films como Miniespías , Blade Runner , Star Wars y, sobre todo, Meteoro (la versión para cine de los hermanos Wachowski).
Sin embargo, a pesar de ciertos convencionalismos y superficialidades en el tratamiento de la relación padre-hijo, el film termina imponiéndose por sus logradas escenas de lucha cuerpo a cuerpo (con coreografías propias de las artes marciales) o a bordo de motocicletas que se asemejan a las batallas de los caballeros de la Edad Media.
Si a eso le sumamos el digno trabajo del trío protagónico (a Bridges y Hedlund se le suma la fotogénica Olivia Wilde) y la imponente música electrónica concebida especialmente para el film por el dúo francés Daft Punk, Tron: El legado termina siendo una más que digna propuesta artística con seguro destino de éxito masivo.