Nuevo software para una vieja aventura
Es curioso y habla un poco de estos tiempos, donde el cine se ha convertido más que en una necesidad intelectual y cultural, en un fenómeno de evento social al que hay que acudir so pena de ser acusado de estar fuera de moda, el hecho de que Tron: el legado llegue en plan tanque de Hollywood, cuando su original fue un ligero fracaso para la Disney en la década del 80. Aquel film, visto hoy -y reconozco que lo vi por primera vez hace unos meses- mantiene intacto su carácter revolucionario y subversivo pero no puede disimular su rudimentario soporte tecnológico. Es entendible, cuando aquello que hoy denominamos CGI estaba en su etapa de prueba (¿o deberíamos decir beta?) y lo que se podía hacer no era más que una serie de palotes tecnológicos.
Aquella película tenía a Kevin Flynn (Jeff Bridges) como creador de un programa que de alguna forma hackeaba un sistema de computadoras, en medio de una lucha corporativa que mantenía con un socio que lo traicionaba. Accidentalmente Flynn se metía adentro de la pc y comenzaba una aventura high tech, virtual, en la que los villanos tenían nombre de software y este era visto como un usuario que venía a romper la dictadura de los sistemas y microchips -ponele-. Tron era una módica e ingenuota distopía tecnológica, pero que tenía un acierto llamativo, aún hoy: de entrada sumía al espectador en un lenguaje desconocido, mucho más por aquel tiempo, arriesgando a dejar a muchos afuera. Era también algo monótona en sus diálogos, y lo primitivo de su tecnología la hacía ver como un film que debía haber esperado un tiempo para concretarse.
Y casi tres décadas después la Disney decide hacer una continuación, retomando al personaje de Flynn, esta vez inmiscuido en un conflicto padre-hijo, ya que hace como 20 años que desapareció y nadie conoce su paradero. Claro, ahí irá su heredero, a meterse de nuevo en la pc y a vivir aventuras en un mundo tecnológico que se parece mucho al Imperio Romano con sus juegos para las masas, cambiando leones y gladiadores por peleas con discos asesinos o carreras en motos de luz. Y lo que hace muy inteligentemente el ignoto Joseph Kosinski desde la dirección, y su ejército de guionistas, es reactualizar el original con las nuevas tecnologías tanto de imagen como de sonido, para mejorar aquel film donde era necesario: las escenas de acción son mucho más fluidas y espectaculares, se ven más realistas y no le restan credibilidad a un film que es bastante riguroso en el cuento que cuenta.
Sí hay algo que resta y es su componente político. Si bien al comienzo, Tron: el legado parece hacer una defensa del software libre, con un disparo por elevación hacia la gente de Microsoft, luego esto se desvanece y se inmiscuye más en temas como la creación, la responsabilidad ante la propia especie y el riesgo de lo virtual como reemplazo de lo humano. Sin dudas la original Tron tenía mucho más por decir de ese mundo tecnológico y corporativo y esta, si bien parece saber que hay cosas por decir prefiere evadirse y dedicarse a construir escenas de acción más perfectas y atractivas desde lo visual. Es una cuestión de elección, sin embargo tampoco es que esto modifique mucho las cosas, es apenas una diferencia de tono que también sugiere que estos tiempos del cine son mucho más superficiales.
Incluso Tron: el legado mantiene en sus diálogos y en sus escenas entre secuencia y secuencia de acción la monotonía y solemnidad del original, y esto que puede ser entendido como una falla se convierte en un acierto. Kosinski no se endulza con las posibilidades con las que cuenta en el presente y, como dijimos, relee el film acertadamente sólo agregando allí donde es necesario: sus escenas de acción. Y las hay muchas, y muy buenas, empezando por aquella carrera de motos de luz, las nuevas luchas con discos y una escena dentro de un bar con un Michael Sheen en plan sacadito y con aspecto David Bowie 100 % glam. Tron: el legado luce entonces como un entretenimiento capaz de construir un universo personal, bastante sólido y que interesa.
Temáticamente se filtran por allí algunos conceptos que uno ya ha visto en Blade runner o Inteligencia artificial, sobre las criaturas que adquieren conciencia y se preguntan acerca de su destino y origen, y que destaca sobre todo en el personaje de Oliva Wilde, una joven descastada para el sistema de razas del universo virtual, que encuentra características similares a los personajes femeninos de James Cameron: es aguerrida y tiene corazón; incluso la película le destina el último plano, demostrando de lleno qué es lo que importa y qué no en el film. Pero, claro, además Tron: el legado tiene en Jeff Bridges un reservorio moral, un tipo capaz de hacer esta infladísima película de acción y un drama intenso con la misma honestidad. Sin descollar, Tron: el legado es un buen entretenimiento que hace la diferencia al construir un mundo autónomo y personal, algo que Hollywood y sus tanques necesitan ya de manera demasiado imperiosa.